Las Casualidades No existen
17 de noviembre de 2021Lo que Importa
16 de diciembre de 2021Me hace esperarle en un cubículo; siempre me hace esperarlo.
De este modo dice adiós a la anterior y se prepara para mí. Tal vez crea que no lo sé. Seguramente no le importe.
Sé lo que tengo que hacer.
Me desnudo lentamente y dejo mi ropa a un lado. Previamente él ha elegido una prenda para mí, para hoy, y unas instrucciones: debo dejarme las braguitas puestas. Me alegra. Este primer momento es bastante intimidante. Al menos las braguitas son mías. Curiosamente hoy van a juego con esta extraña capa verde. Tardo en averiguar si debería llevar el lacito junto a los pechos o rompiendo el tremendo escote de la espalda. Decido vestirlo a la espalda. Me gusta más.
Gorka abre la puerta. Me sonríe, y su mirada recorre alegremente mi indumentaria.
- Te lo has puesto al revés. La abertura es por delante.
Me cierra de nuevo, dejándome sola para arreglar el desaguisado.
Giro mi atuendo que para nada me resulta sexi. Ahora no se me escapa que, junto a la puerta blanca, también me ha dejado calzado. Todo verde. Mis hermanas se reirían de mí si pudieran verme ahora. Dicen que este es mi color favorito. Yo opino que es el rojo, pero insisten en que siempre voy de verde. Secretamente he empezado a considerar que tienen razón, aunque no lo admito. Hoy no me gusta llevarlo. Me parece todo muy frío.
Gorka abre el cubículo nuevamente. Toma mi mano izquierda entre las suyas.
- Tranquila – me dice -. No te recuerdo. ¿Es tu primera vez?
Siempre me hace lo mismo. Detesto este momento. Miento para que sea más dulce conmigo. Siempre son más dulces las primeras veces; casi siempre.
Retira mi pelo de los hombros. Abre el lazo. Aparta la vestimenta (que digo yo que para qué me ha hecho ponérmela). Me dice cariñosamente que alce los brazos al aire. Me palpa. Los senos. Ahogo un suspiro.
No me gusta.
No le gusta.
Gorka siempre mira hacia otro lado. Asiente con la cabeza. Musita un “bien”. Sonríe.
Observo el aparato y su tamaño. Es imponente.
Me invita a abrazarlo en una postura imposible. Al aparato, digo. Y mientras lo hago me alarma su temperatura. Frío como un témpano de hielo; como una mañana de diciembre en Moscú, como la sonrisa de un muerto. Entonces soy yo la que mira a otro lado. Gorka me oprime, me estruja solo un pecho. Me deja sola. “No respires. No te muevas”, dice. Contengo la respiración. Cierro los ojos. Escucho un fogonazo, tal vez dos. Vuelve rápidamente.
- ¿Cómo te sientes? – pregunta con su voz más dulce.
- Bien – respondo, aunque ni sé cómo me siento. No quiero volver aquí, es lo único que pienso.
Suavemente aferra mi otro pecho.
- Duele – digo.
- Disculpa
Lo presiona sobre el aparato. Y me vuelve a dejar sola. Escucho un fogonazo, tal vez dos. Tiemblo. Vuelve.
- Ya puedes abrir los ojos y soltarlo. Vístete. Lo has hecho muy bien.
- ¿Me puedes adelantar algo?
- No, no, eso ya el doctor en consulta. Yo soy solo el de las mamografías.
- Muchas gracias, Gorka. Has sido muy amable.
- No hay de qué. Es mi trabajo.
1 Comment
Me gusta, el doble sentido de tus relatos.