El juego
1 de junio de 2020De Vuelta
11 de julio de 2020Ella
Sillón y televisión
Se sentó frente a la televisión y alargó la mano hasta alcanzar el mando. Presionó, sin demasiado interés, el botón de encendido y la pantalla de 50 pulgadas se llenó de color y comenzó a emitir sonidos procedentes de los protagonistas de una mala película de esas que emiten los fines de semana al mediodía. Bajó el volumen hasta dejarlo en 0. Comenzó a pasar canales, sin prestar especial atención a las emisiones que cambiaban frenéticamente tras cada pulsación de su dedo.
Hacía el calor propio de un mes de julio en pleno centro de la ciudad. El termómetro, situado en un soporte publicitario al final de su calle, marcaba la desorbitada temperatura de 46ºC. Su casa no alcanzaba ese valor térmico, afortunadamente, pero sí había sobrepasado en los últimos días los 35.
Refrescarse
Acababa de salir de la ducha, una ducha para refrescarse, ni siquiera se había molestado en utilizar jabón. Había dejado caer el agua fresca por su cuerpo, que había reaccionado poniéndose terso y sintiendo una agradable sensación. Apenas se había secado, se había colocado un ligero camisón de flores, que utilizaba para estar por casa, y se había decidido por no ponerse ropa interior. Más ropa, más calor.
Subió las piernas al sofá quedando semi tumbada. No tenía ganas de hacer nada. El ventilador giraba, moviendo el aire caliente a su alrededor. Movía su cabeza de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, refrescándola cuando se localizaba frente a ella. El pelo goteaba pequeñas lágrimas de agua, que caían empapando su espalda y se perdían en ella. Cada poco tiempo, echaba su mano hacia atrás a fin de capturar algunas de aquellas gotitas y compartirlas con otras partes de su cuerpo.
Ausencia de recuerdos
Una imagen en la pantalla le llamó la atención. Un hombre y una mujer se besaban apasionadamente y se calentaban a la par, comenzando a desnudarse. No recordaba la última vez que ella había besado de aquella manera. Era incapaz de poner una fecha a un momento de pasión como aquel. Quizá hacía ya demasiado tiempo, quizá nunca lo había experimentado. Aquella imagen le trajo a la mente el recuerdo de la ausencia de recuerdos. Un calor diferente al generado por las altas temperaturas recorrió su cuerpo, se había excitado. Dejó el mando de la televisión en una mesita cerca de ella y acercó su mano derecha a su entrepierna. Quería comprobar si esa excitación era pasajera o merecía que se le prestara atención. Pensó en masturbarse.
Él
La hora de la cena
La hora de cenar se aproximaba e Inés terminaba de bañar a los niños. Entre tanto, él se colocaba frente a los fogones dispuesto a preparar unos filetes rusos a los que solo les faltaba pasar por la sartén y servirlos con ensalada. Mientras los unos se doraban, se acercó a la nevera a sacar la bolsa de ensalada. Al cerrar la puerta, miró, de forma automática, por la ventana. Aún era de día, pero el sol ya no asomaba y tampoco quemaba el asfalto o las fachadas de las casas. Sin querer, su mirada se dirigió a la ventana de su vecina de enfrente. A pesar de que fue una mirada sin intención y breve, su cabeza le ordenó volver a visualizar la imagen que acababa de ver. No daba crédito.
La vecina pelirroja. Marta
Apenas conocía nada de aquella pelirroja a la que, de tarde en tarde, se cruzaba en el supermercado del barrio o en el parking del edificio. Un patio común separaba el frente de viviendas de Mario del de Marta. Marta, así se llamaba. Una mujer de unos treinta y pocos años, esbelta, quizá un poco delgada para su gusto. Solía vestir con cierto aire “hippie”, con ropas holgadas y coloridas y su pelo rizado y rojizo era la primera vez que lo veía suelto. La vivienda de enfrente contaba con la iluminación suficiente para advertir su presencia, su silueta y algo más. Quizá no apreciaba con total nitidez la imagen, pero… a lo que no alcanzaba a ver, su mente generaba su propio diseño.
Una visual...incomparable
Marta estaba recostada en el sillón, una de sus piernas estaba apoyada en el asiento y tocaba con su pie el suelo. La otra, levantada y apoyada en el respaldo. Una de sus manos se colaba en su entrepierna mientras que con la otra se acariciaba un pecho. Mario no pudo controlar la reacción y sintió como su pene modificaba su postura y apretaba contra el calzoncillo. Quería masturbarse y automáticamente llevó la mano y apretó su miembro. Ausente durante unos cuantos segundos, regresó a la realidad bajo la dulce voz de su mujer que le indicaba que ya estaban todos casi listos para cenar. Asintió, sintiendo como sus mejillas se sonrojaban y en su frente se atisbaban unas diminutas gotitas de sudor. Volvió a prestar atención a la cocina, echando un vistazo, de cuando en cuando, por la ventana. Pero desde aquella posición no podía ver a la pelirroja.
La cena casi está
Sacó los filetes de la sartén y volvió junto a la nevera. La postura de ella no había cambiado demasiado, quizá si lo hacían sus movimientos, más rápidos y enérgicos. Por un momento se quedó frente a la ventana sintiéndose como un auténtico voyeur. Introdujo su mano por el amplio pantalón de estar por casa y se volvió a apretar varias veces su pene. Estaba duro, con ganas de salir de esa prisión de 100% algodón, con ganas de acariciarse frenéticamente. Pensó en Marta haciéndolo, cogiendo su pene con esa mano que ahora mantenía en su propio sexo. Imaginaba que, mientras ella le tocaba, él ponía sus manos sobre ese pecho que ella se acariciaba. Sintió el deseo y la necesidad de tocarse, de agarrárselo, de darle movimiento, de correrse pensando en ella.
Pensamientos inapropiados
Inés hizo ruido bajando las escaleras con los niños y avisando, inconscientemente, a su esposo de su llegada. Este, muy a su pesar, abandonó su actividad y se lavó las manos con energía en el fregadero, como si con ello pudiera limpiar, además, la imagen de sí mismo engañando a su mujer con su vecina. Borrar o limpiar de su cabeza ese instante, ese deseo de tocarse pensando en Marta. Pero no dio el resultado esperado. Los cuatro se dirigieron a la mesa que presidía la cocina. Sirvió las raciones a cada uno y trató de probar bocado. No podía. Un ligero dolor de testículos no hacía más que recordarle lo que de verdad quería. Quería levantarse de la mesa y volver a la ventana.
La atracción de la ventana
Sin pensarlo, retiró la silla y se levantó. Se dirigió a la ventana mientras Inés le preguntaba qué le faltaba.
—Nada, solo necesito coger aire, me duele un poco el estómago, no te preocupes que no es nada —. Su mujer le preguntó si estaba seguro y él asintió. La ventana estaba abierta, dejando entrar un engañoso frescor nocturno.
Miró al bloque de enfrente, en busca de la masturbación de su vecina y lo que encontró fue a una mujer desnuda que le miraba fijamente. Su cuerpo se mostraba al natural, sin atavíos de ningún tipo, todo al descubierto frente a él y con una de sus manos se sujetaba el cabello en lo alto de la cabeza. Sus miradas, en esa hora en la que ni la oscuridad es oscura ni la claridad clara, se cruzaron y permanecieron aguantándolas durante unos segundos.
Buenas noches
—¿Estás mejor? —le sobresaltó la voz de Inés. Sus hijos no paraban de hablar de juguetes y de lo que habían estado haciendo y ni siquiera les había escuchado durante ese lapso de tiempo. Sus sentidos se habían reducido únicamente a la vista y había alcanzado a ver, o imaginar, los pezones duros de ella acariciados por esa leve brisa que, probablemente, entraba también por su ventana. Ella pasó en ese momento su mano libre por sus pechos, tocándose despacio bajo la atenta mirada de aquel espectador que había aparecido en la ventana de enfrente.
—No. Creo que voy a irme a la cama cariño, no se me pasa —contestó él con voz dolida.
—Está bien, entonces súbete y descansa. Si necesitas algo me llamas, ¿vale amor? —Inés le miraba con dulzura, con compasión.
—Claro, buenas noches —se acercó a cada uno de los presentes y se fue despidiendo, besando sus frentes.
Pestillo echado
No llegó a su habitación. El cuarto de baño le ofrecía mayor intimidad. Abrió el grifo de la ducha y con una voz avisó de que iba a ducharse para refrescarse. Cerró la puerta y echó el pestillo. Se desnudó y se metió en la ducha, aunque esa no había sido su intención inicial. Y bajo el agua tibia que salía de la alcachofa comenzó a tocarse. Agarró su miembro y lo comenzó a agitar. Estaba increiblemente excitado, como hacía tiempo que no se sentía. Aquella mujer había despertado algo en él que creía que había desaparecido y, solamente, es que debía de haber estado hibernando durante mucho tiempo. Se imaginó lamiendo cada centímetro de la pálida piel de Marta, abrazándola por detrás mientras sus manos recorrían sus dos pechos y se entretenían en esos pezones.
Él y Marta, a solas
Imaginaba agacharse entre sus muslos y lamer cada centímetro de su sexo, rozar y estimular ese clítoris que minutos antes ella había estado tocando. Lamer esos labios que se le antojaban dulces en aquel momento. Imaginaba poder penetrarla, ser él y no su mano quien anduviese entre aquellas piernas. Embestirla y escuchar sus gemidos cerca de su oído. Saberla excitada, húmeda, pidiéndole más y más. Sus movimientos cada vez eran mayores, como mayores eran las imágenes que inundaban su cerebro. Marta y él en la cama, en una silla, quizá en el suelo, rodeados de cojines, abrazados y apretando… Marta y él, él y Marta. La deseaba y aquel deseo hizo que terminase eyaculando y esgrimiendo una mueca de placer a la vez que silenciaba el sonido que bien podría haberla acompañado.
Ella: Marta
Caricias privadas
Comenzó a acariciar sus muslos, suaves y cálidos. Desplazaba por ellos las yemas de sus dedos, sin prisa. Su piel se excitaba con el roce y reaccionaba contrayéndose involuntariamente, apareciendo esas pequeñas protuberancias características de aquella piloerección. Una de sus manos se dirigió a uno de sus senos mientras la otra continuaba jugueteando cerca de su vagina, pero sin atreverse a rozarla. Sus pezones se habían puesto duros con las caricias y jugueteó con su dedo índice trazando círculos a su alrededor y de vez en cuando se ayudaba del pulgar para ejercer cierta presión sobre ellos.
Un testigo en la otra ventana
La mano en el muslo perdió la compostura y se dejó adentrar entre los labios de su sexo. Acariciándose y acercándose al clítoris en donde comenzó una parada sexualmente apetecible. Frotaba su mano contra este, sintiendo un placer maravilloso que recorría todo su cuerpo y le hacía agitarse hacia arriba, arqueando su espalda. Buscó acomodarse un poco más y levantó un poco su espalda. Entonces sintió una mirada que la estaba observando desde la ventana de enfrente. No sabía exáctamente ni cuánto tiempo llevaban aquellos ojos mirándola ni cuánto eran capaces de ver. Al ser consciente se detuvo un momento, algo avergonzada, sin embargo, el momento fue breve y una sensación de mayor excitación le llevó a continuar con su onanismo. La humedad en su sexo había incrementado con la presencia de aquel espectador, ahora ya no solo quería rozarse con su mano, quería penetrarse y mostrárselo a él.
El encuentro
El hombre permanecía inmóvil en la otra ventana, mientras ella gozaba de sí misma. Aquella presencia y un deseo ardiente de que él apareciese en ese instante en su casa y continuase lo que ella había empezado, le llevaron a alcanzar el orgasmo antes. Cerró los ojos en ese momento de clímax y cuando recuperó la visión él había desaparecido.
Se levantó y se acercó desnuda a la ventana, quería que la viese. Le conocía, se había cruzado muchas veces con él. Era un hombre atractivo, casado y con hijos que, en aquel momento, la estaba deseando, estaba segura. Ese empoderamiento le animó a presentarse tal cual ante la ventana, a dejarse ver claramente por él, sin insinuación, sin escondites, solo ella frente a él. Y él volvió y la miró y ella le sostuvo la mirada.
Luego él volvió a desaparecer y, con ello, la fantasía de Marta con él.