De 100 a -100 en un Paseo y un Café
30 de enero de 2020De todo se aprende (parte II)
23 de marzo de 2020Cuando me doy media vuelta en la cama para dormir, me parece todo normal. Como si nada estuviera pasando. Como si fuese solo un día más en el que me he acostado, he jugado un ratito al solitario en el móvil o he leído algún texto y ya se me cierran los ojos y apago la luz.
Me doy la vuelta y pongo mi cojín debajo de mi vientre, por recomendación de un quiropráctico hace muchos años, me tapo con mi nórdico bien tapadita y meto mi brazo debajo de la almohada y ya está, un día más y hora de dormir.
Cuando salgo a tirar la basura, camino desde mi casa unos pocos metros y también me parece todo normal, un día más.
Pero cuando llego a casa, dejo mis zapatillas abajo como hago siempre y me coloco las de andar por casa, como hago siempre, y cuando subo lo primero que hago es lavarme las manos, eso no lo hago siempre, he de reconocer. O me las desinfecto con los líquidos desinfectantes, esto tampoco.
Por las mañanas cuando me levanto ya no hay esa normalidad. No tengo que madrugar demasiado para ir al trabajo, porque no puedo ir al trabajo. Después de preparar los desayunos a mis hijos subo y arranco el ordenador para conectarme a una de las plataformas que se utilizan en el cole de los niños. Saco los deberes de mi hija y se los envío a su correo electrónico, lo mismo los de mis hijos. Miro todo, por si hay algo que imprimir o plantillas para corregir.
Mis mañanas no son las de ir a trabajar, son las de darle clases a mis hijos, especialmente de las asignaturas en inglés: naturales, sociales e inglés. Mis mañanas ahora son las de decirles una y otra vez que se sienten a estudiar, que hagan las tareas que les he enviado, que me den las cosas según las hagan para enviárselas a través de una foto a los profesores.
Toca corregir matemáticas, o las frases de lengua, o escuchar un listening del que casi no me entero ni yo. Y volver a pelear con los ya he terminado y casi no ha empezado; con los me aburro; con los y si lo hago mejor esta tarde... Pelea, tras pelea. Empalmo los deberes con preparar la comida, por la que ya me han preguntado cuatro o cinco veces cada uno.
En mi mente repiquetea como un sonido martilleante la palabra “mamá”. Porque las mañanas son de mamá esto, mamá lo otro, mamá, mamá, mamá. Y esto no era lo normal, no era lo de todos los días.
Comemos a las dos, viendo a un tipo en la televisión informándonos de los últimos acontecimientos y parece que en cualquier momento va a entrar en nuestro salón a regañarnos por algo. No me tranquiliza, no nos tranquiliza, nos altera, nos estresa, nos genera inseguridad, incertidumbre y a veces, hasta mala leche. ¿No puede hablar sin echar hacia delante su cuerpo como si estuviese retándome desde la pantalla de la televisión? ¿Es necesario que a todo le ponga una entonación de preocupación, de peligro?
Yo esto no lo veía antes. Antes comía a las dos y como este tío no me gusta, y no había noticias en otro sitio, yo me colocaba mis series del Netflix y tan feliz.
Después de comer toca descansar un ratito, pero solo un ratito porque después hay que seguir con las tareas del cole. Todo puntúa para nota, nos dicen los profesores. Añaden proyectos de tecnología, arts y teoría de valores o religión y educación física, con sus correspondientes ejercicios. Y luego quieren que saltemos a la comba, ¿cuándo? Nada de esto lo hacíamos así antes.
A media tarde ellos están hartos y yo, más que ellos si cabe. Se acabó, mañana seguiremos. A jugar. Y dura poco, porque si no hay maquinita, enseguida llegan las peleas y volvemos a entrar en las discusiones. Para hacerles más llevadera la estancia en casa, se me ocurrió comentar en los grupos del cole la posibilidad de que los niños se vean a través de Skype. En la clase de mi hijo mayor no ha tenido éxito, aunque al menos hay dos compañeras con las que sí que habla. La de mi hija ha sido más participativa y procuraremos que todos los días puedan verse un ratito. Esto no lo necesitaban antes, porque antes veían todos los días a sus amigos.
Yo soy incapaz de hacer prácticamente nada mío, nada más allá de poner lavadoras, recoger la casa 100 veces al día, preparar comidas… No puedo estudiar, porque no me da tiempo y es imposible concentrarse mientras te están llamando constantemente. Antes cuando estudiaba, lo hacía las mañanas que no trabajaba. Nada más irse los niños al colegio, yo me preparaba mi segundo café, me ponía mi pijama-chándal gris y plantaba el culo en mi silla bajo un silencio solo roto por el gruñir de la estufa de pellet. Y estudiaba. Era capaz de concentrarme y el silencio era mi mejor compañía. Ahora, no hay silencio nunca en casa, quizá este momentito de la noche y a veces ni eso, y tener la mente con la capacidad de concentración necesaria para estudiar… no es fácil.
La hora de la cena llega un poco más tarde de lo normal, pero han merendado más tarde también. Ahí vemos en la tele lo que decide uno de mis hijos, según al que le corresponda. En esto seguimos como siempre, pelea va y pelea viene porque a uno no le gusta lo que la otra ha puesto y a la otra lo que el uno. Al final amenazo con apagar la tele y se suele terminar la discusión. Cenamos y un ratito después, media hora más tarde de lo habitual se van a la cama.
Aquí el nivel de tensión comienza a ser peligroso, pasa del ámbar a rojo rápidamente. Porque rápidamente se compinchan y comienzan a hacer payasadas, payasadas para las que yo ya no estoy dispuesta. Ya solo quiero que se acuesten y me dejen escuchar el silencio. Pero no desgastan, porque no les da tiempo a desgastar energía todo el día haciendo deberes y llega la noche y tenemos el nivel energético demasiado alto aún para dormirnos. Esto antes no pasaba.
Y llega mi rato, cuando ya les he tapado, llevado el vaso de agua, arrimado las camas, buscado al gato y encerrado en algún sitio que no les moleste. Llega mi rato, contestar whatsapp, ver alguna serie, escribir un rato si soy capaz de que me salgo algo para escribir, hacer meditación cosa que últimamente soy incapaz de hacer porque estoy constantemente distraída en otros pensamientos… Pero mi rato. Ahora, se suele ver interrumpido por mi hija, especialmente, que no puede dormirse y así podemos estar hasta la 1 de la mañana fácilmente. Mi rato se esfumó sin ser disfrutado.
Pero entonces me meto en la cama, y pienso que todo parece normal, como siempre. Un día más de los muchos que hay. Pero no es así. Mi vida, la suya y la de todos ha cambiado radicalmente en muy poco tiempo y acostumbrarnos no es fácil, aunque siempre para unos lo será más que para otros.