Lo que Importa
16 de diciembre de 2021¿Quién se ha comido a enero?
16 de enero de 2022Aquella noche todos los niños y niñas estaban nerviosos. Poco después de cenar tocaba dejarlo todo listo y preparado para la visita que esperaban con más ilusión en todo el año, la visita de Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente. Y no era para menos…
Durante todo el año, los niños y niñas de todas partes habían ido anotando mentalmente sus mayores deseos para luego dejárselos por escrito en la carta a los Reyes Magos. A saber: muñecas, camiones de bomberos, video consolas, juegos de mesa, una espada de rayos láser, cuentos, quizá una bicicleta o unos patines en línea… cada cuál sus propios deseos.
Por fin había llegado el día tan esperado, así que, después de cenar en la casa de Hugo, Ángela y Julia, tocaba dejar todo el salón muy, muy recogido y poner debajo del árbol un par de zapatos por cada miembro de la familia.
Después colocaban en una bandeja, decorada con frutos del bosque, tres vasos con leche y dejaban unos cuantos turrones, polvorones y mazapanes. Para que no faltase de nada, al lado de la puerta del balcón un cubo de agua esperaba a ser vaciado por unos sedientos camellos.
Aquel cinco de enero, cuando terminaron de hacer sus tareas, de limpiarse los dientes, de ir al baño, se metieron en la cama un poco a regañadientes. Los nervios se dejaban notar y todos estaban tan ilusionados y alterados que pensaban que no podrían dormir en toda la noche. Pero los papás de Hugo, Ángela y Julia les explicaron que, si no se dormían, los Reyes no entrarían a dejarles los regalos.
Todos, tapados en sus camas, dejaron que sus cuerpos los llevasen al mundo de los sueños durante unas cuantas horas.
Entonces, el sonido de un golpe contra una puerta, cosas golpeando el suelo y algo parecido a unas campanillas pequeñas, tintineando sin parar, hicieron que la más pequeña de la casa se despertase de un brinco en la cama. “¿Qué habrá sido ese ruido?” se preguntó.
Prestó atención sentada en la cama y sin hacer ningún tipo de ruido. Sabía que si los Reyes Magos se daban cuenta de que estaba despierta… se quedaría sin ningún regalo.
Le pareció escuchar alguna voz profunda, algún lamento… las campanillas seguían haciendo música desacompasada y, de nuevo, un montón de golpes asustaron un poco más a la pequeña.
Pero Julia, que era una niña muy valiente quiso ponerse a investigar… así que se levantó de la cama, se puso unos calcetines y pasó por delante de la cama de su hermana Ángela, que dormía como un tronco, sin hacer nada de ruido. Sigilosamente, salió de su habitación y se asomó a la puerta, pero no vio nada. Solo escuchaba ruidos…
Poco a poco, fue cruzando el pasillo y fue entonces cuando se dio cuenta de que no veía el resplandor de las luces del árbol de Navidad. Se echó las manos a la cabeza horrorizada y muy preocupada… “¿Y si no nos dejan regalos los Reyes por haber olvidado encender el árbol? ¿Y si se equivocan y nos dejan los de otros niños porque no vieron nuestros zapatos?” Julia quería solucionar aquel lío lo antes posible, así que llegó al salón y, antes de asomar del todo su pequeño cuerpo por la puerta… le vio… bueno, lo poco que veía que era solo gracias a las luces de la calle que entraban un poquito por el balcón.
Allí estaba una sombra grande, agachada junto al árbol. Le oía gruñir, gruñía muchísimo. Se quiso ir, pero estaba asustada y al darse la vuelta, chocó con la puerta haciendo ruido. La sombra, se levantó del susto y casi tira todo el árbol, haciéndolo mover, a la vez que cada figurita colgada emitía un ruido diferente debido al movimiento.
—¿Has sido tú la descuidada que no ha dejado las luces del árbol encendidas?
Julia se quedó con la boca abierta. Ahora que le veía de pie, era un señor grande, regordete podría decirse, y llevaba una capa. No hacía falta ser muy lista para saber que se trataba de… ¡Madre mía! ¡Uno de los tres Reyes Magos! Julia se llevó las manos a la cara, tapándose fuertemente los ojos para no verle. No es que le diese miedo, pero pensó que si él sabía que le había visto, lo mismo hacía desaparecer los regalos.
—¿Es que no me vas a contestar pequeñaja? —insistió el Rey bastante enfadado. —Anda y quítate las manos de la cara, si ya sé que me has visto, ahora contéstame.
—Esto… es que… estaba nerviosa y me olvidé, pero de verdad que ha sido sin querer, de verdad.
—Ya, sin querer, sin querer… pero mira la que he organizado… y encima, mis compañeros me han dejado solo para arreglar todo este lío y no veo nada.
Julia no entendía a qué se refería el Rey.
—Puedo encender la luz del salón si quieres o acercarme al árbol y ponerle las luces.
—No, no, la luz del salón no. ¿Quieres que me quede ciego? Yo trabajo de noche, no me haría ningún bien una luz tan fuerte… Pero sí, lo del árbol es una buena idea. Anda, ven y hazlo, así podré terminar de una vez aquí y seguir mi camino… que ahora voy a terminar muy tarde de trabajar…
— Lo siento… — dijo Julia mientras se adentraba en el salón dirección al interruptor de las luces. Pero entonces, patinó con sus calcetines en el suelo y a punto estuvo de caer encima del árbol si no llega a ser porque el bueno del Rey la cogió con sus grandes manos.
— Ufff, has estado cerca ¿ves? Eso me pasó a mí, pero yo no tuve quien me sujetase.
“Claro”, pensó la pequeña Julia, “ese debió de ser el golpe que me despertó”.
Una vez recuperado el equilibrio se acercó al interruptor y prendió la luz. Las pequeñas lucecitas comenzaron a parpadear y llenaron de una luz tenue, pero cálida la estancia.
Aunque no quería mirarle directamente (por si el Rey se lo pensaba mejor y no dejaba los regalos…) no pudo sujetarse y giró su cabeza. Allí estaba él, era sin duda alguna Gaspar, con su barba dorada, menos larga de lo que ella imaginaba, eso sí.
—¿Nos vas a dejar sin regalos por mi descuido?
—Noooo, nunca haría eso… aunque claro, habrá niños que se quedarán sin ellos…
— ¿Por mi culpa?
— Bueno, no por tu culpa… Verás, cuando entré y vine para acá con Baltasar y Melchor, tropecé con la mesa del centro, se cayeron las tazas con la leche y resbalé yendo contra el árbol. Se han caído muchos de los adornos… y el cubo del agua… a ver, los camellos se habían quedado abajo… así es que el cubo estaba como lo habíais dejado, lleno. Le di de rebote con el pie… menudo desastre… mira como está todo.
A la luz del árbol Julia entendió lo que estaba diciendo Gaspar… verdaderamente había dejado el salón patas por hombro.
— Así que ahora toca recoger todo… dejar los regalos bien colocados, si es que puedo… porque ahora están todos los vuestros mezclados… y marcharme con mis compañeros. Por la hora que es — dijo mientras miraba la hora en su móvil — deduzco que dos o tres casas de este barrio… esta noche, no tendrán sus regalos. No me da tiempo y tengo que ir a ayudar a los otros dos.
Julia entristeció… ¿iban a quedarse otros niños sin regalos por culpa de unas luces de Navidad?
— Yo te ayudo a recoger esto y si quieres a repartir los regalos de mis vecinos… yo no quiero que se queden sin sus deseos…
La voz de Julia fue tan de verdad, tan dulce y honesta que Gaspar no pudo decir que no.
— Está bien — accedió el Rey —hagamos un trato. Tú me ayudas con esto, repartimos los regalos a tus vecinos y después te metes en la cama y nunca cuentas nada de esto a nadie, me lo tienes que prometer.
El Rey extendió su mano para sellar el trato y Julia lo aceptó.
Después salió con Gaspar cubierta en su capa, la más calentita que había sentido nunca. Entre los dos, repartieron los regalos que faltaban en su barrio y, cuando terminaron, Gaspar llamó por teléfono a Melchor y Baltasar para ver por dónde estaban. Después, la acercó a su casa, esperó a que se metiese en la cama y se despidió de ella, agradeciéndole la ayuda y recordándole su promesa.
Julia, había trabajado durante mucho tiempo aquella noche y estaba muy cansada. Los regalos podían esperar unas horas más mientras ella descansaba.
— Vamos Julia, que ya han llegado los Reyes, ¿no quieres saber qué te han dejado?
Julia se despertó con mucho sueño todavía, se estiró y acompañó a su madre al salón. Hugo, Ángela y papá ya habían comenzado a abrir los regalos y sus caras eran de auténtica sorpresa.
Hugo: abrió una caja con una Nancy bailarina. — Pero si a mí no me gustan las muñecas.
Ángela: tenía una pelota de baloncesto en su regazo. —Pero si yo no juego el baloncesto, yo patino.
Papá: miraba alucinado unos patines en línea muy pequeños para sus pies.
Mamá: estaba abriendo una caja con un tren de madera...
Todos se miraban desconcertados y Julia, Julia no pudo parar de reír en todo el día, no habían acertado con ningún regalo al colocar de nuevo los paquetes.
Para Julia fue el mejor día de Reyes de su vida, a pesar de que le habían dejado un cinturón de color marrón y unos zapatos negros del 45.