¿Te gusta… chuparla?
14 de noviembre de 2019Hagamos un Pacto, Tú y Yo
20 de diciembre de 2019Bajar las escaleras poniendo tu dedo índice en un ojo primero y en el otro después, tratando de eliminar una posible legaña que haya podido quedar ahí de la noche.
Sentarte en el coche, tras meter las mochilas en el maletero y asegurar los cinturones de los niños, restregarte un par de veces más los ojos y mirar por el retrovisor para ver si en la parte de atrás está todo ok y entonces... entonces ver horrorizada esos pelos cabrones de las cejas que ni te habías acordado de que tenías que quitarte. Jooooder. ¿Cómo vas a ir así a dejar a los niños en el colegio? Abres la guantera y buscas las gafas de repuesto, si, esas gafas horribles de hace mil años que no tiraste por si algún día te hacían falta y que duermen en el coche, a 0 grados y que acabas de posar sobre tu nariz y tus orejas. ¡Joder! Mira que están frías las muy...
Arrancas el coche mientras una neblina va haciéndose hueco en los cristales de las gafas hasta que no ves un pijo. Te bajas las gafas y la fría montura roza una nueva parte de tu, hasta ese momento calentita, nariz. Veeeeenga, vale. Ya tendrás tiempo cuando dejes a los niños de pasarte por una farmacia o por un chino y comprar unas pinzas de depilar para quitarte todos esos pelos antes de llegar al trabajo.
Metes marcha atrás y justo en ese momento oyes un ruido raro en el coche. Mmmmm. Sigues marcha atrás y sales de tu aparcamiento y al meter primera, el pi pi pi de alguna alarma del coche. Presión de los neumáticos baja. ¡Jooooder! A la gasolinera corriendo a darle aire a las ruedas. El tiempo apremia.
Como cada mañana te sonó el despertador a menos diez, pero el cuerpo se negaba a moverse de la cama. No apagaste la alarma, o eso creías, y la retrasaste para otro aviso en 10 minutos... mmmmm, qué ricos esos diez minutos. Son esos diez minutos que solo existen los días que no te puedes quedar en la cama, porque los fines de semana cuando te levantas ya no hay esos diez minutos, salvo que adrede te pongas el despertador, pero ni con esas. Esos diez minutos saben a gloria cuando el cerebro sabe que no tienes más remedio que levantarte de la cama. Los saboreas, es un duermevela calentito, da gustito. Y transcurren los minutos, solo son 10 y de hecho en un momento dado el cerebro piensa: "fíjate, cómo me están cundiendo estos diez minutos.... parece que lleve media hora durmiendo otra vez..." y ¡zas!, como un resorte tu mano se estira hasta la mesita de noche, palpando hasta encontrar el móvil, lo levantas, su luz blanquecina te ciega la vista y haces lo imposible para abrir los ojos lo suficiente como para mirar la hora: ¡mierda! ¡te has quedado dormida! y no 10 minutos, media hora. Te levantas de la cama prácticamente vestida ya. Hoy toca correr. Pegas un bocinazo a los niños que aún duermen:
- ¡Niiiiiiiñoooooossssss, arribaaaa yaaa que me he quedado dormida, vaaaaamos, veeeenga, que se nos hace tarde! - y mientras vas soltando improperios variados por haberte quedado dormida.
Tres tazas en la encimera: dos cafés, un Cola Cao, microondas, y tú el café ya te lo tomas mientras te peinas (qué menos que peinarse). Los niños se visten y bajan corriendo a desayunar. Ningún día quieren galletas, ni cereales ni nada, hoy, por supuesto, sí. Recoges corriendo las cosas, haces la cama por aquello de que no parezca que no has hecho nada. Preparas los almuerzos: al niño le lavas la manzana y a la bolsa y, la niña, como no, pelada y partida. Pelas la manzana y la cortas, joooder, está podrida.... otra manzana. Ya no te fías de la que le metiste a tu hijo. Sacas la manzana, la cortas, vaaale, esta está buena. Almuerzos guardados.
Hay que sacar a los perros. Se te olvidó ponerles su desayuno, ya desayunan luego. Baja a la calle, recorre doscientos metros con un frío que pela, ellos no suelen tardar, hoy sí. No tienen prisa alguna. A la hembra le huele especialmente bien el culo porque el macho no para. Ella no está a gusto y no se sienta a plantar su pino. Vaaaamos, que no llegáis y te estás pasmando de frío. Terminan, crees, y sales disparada para casa. Sueltas perros, subes a casa, pones sus comidas, y ves a tus hijos aún desayunando plácidamente, como si la cosa no fuera con ellos. Con la lengua fuera les dices que dejen las galletas y suban a lavarse los dientes de una vez.
- Es que yo quiero otra galleta- te dice la niña.
-Pues niña sube a lavarte los dientes y luego te la comes....- en fin.
A punto ya de salir por la puerta: asegúrate de que llevan los abrigos puestos, los gorros y las bufandas y de repente ves como asoman los pelos de tu hija por debajo del gorro...
- Cariño, ¿no te has peinado verdad que no tesoro mío?
- No-. La niña no se ha peinado ¡porque tú la peinas siempre! Al baño. Agua en el pelo, cepillo, coleta, gorro.
-¡Vamonooooos por Dios que no llegamos!
Planta inferior, calzarse. Ata zapatillas si no quieres echar otra media hora en la entrada de casa mientras ellos se las atan.
Salimos ¡bieeeeen!. El niño a la niña:
- Tú hoy vas muy ligerita ¿no?
La niña no ha cogido la mochila, se la ha dejado. OOooootra vez para casa. Abres la puerta, se atasca la cerradura (tienes que llamar al cerrajero. Te recuerdas), subes corriendo y te tropiezas con las zapatillas de andar por casa tuyas, las de tu hija y las de tu hijo. Te vas cagando en casi todo ya. Los perros ladran felices y emocionados porque ya has vuelto:
- ¡Pero si no me he ido! ¿Dónde estará la mochila de la niña?-. En la cocina, su sitio, of course. Coges mochila, bajas volando y casi te caes. Ellos felices juegan a dar vueltas alrededor del coche.
-¡Queréis montaros en el coche de una santísima vez! pero, es que ¿no os estoy diciendo que vamos súper tarde?-
Mochilas al maletero, niños sentados, abrochados los cinturones y miras por el retrovisor y piensas.... "Señor, ¿qué hacen esos pelos en mis cejas? ¿Te has lavado la cara? Nooooooo. Si. Da igual. Nos vamos".