Tras la Cortina
12 de agosto de 2020Un Café para la Mejor Novela
19 de agosto de 2020Whisky de Malta con hielo
—Mantente alejado, ¿no te ha quedado claro aún? —. Lo había escuchado más de cien veces en las últimas semanas, pero una parte de mi cerebro era incapaz de entenderlo o, mejor, de aceptarlo.
«Mantente alejado, mantente alejado», me repetía a mí mismo mientras movía la copa de whisky y escuchaba los hielos chocar contra el cristal. Mi vista se perdía en el cobrizo color del líquido y mis papilas no se molestaban ni en saborear su sabor. El alcohol por fin comenzaba a insuflarme su valor, ese que me volvería a llevar hasta la acera de enfrente y tocar el timbre del 5ºA, hasta escuchar la voz tensa de su padre amenazándome de nuevo con llamar a la Guardia Civil.
Sabía que no podía permitírmelo, que me arriesgaba a terminar pasando la noche en alguna celda de mierda de algún cuartel. Pero me daba igual, en el fondo me daba lo mismo. Quizá algún día sería ella quien contestara el telefonillo y entonces podría explicarme, disculparme, hablarle. Podríamos volver a entendernos, perdonarnos y volvería a mí. Mentiras mezcladas con Malta.
Los hielos se hacían cada vez más pequeños y apuré la copa por miedo a que desaparecieran. El camarero ya tenía la botella dispuesta para servirme otro trago, no necesitaba pedírselo. Los hielos del tamaño adecuado, nuevos, sin estrenar, me procuraban una extraña tranquilidad.
Mi teléfono sonó, era mi editora. Pulsé el verde, con desgana y enseguida sonó una molesta y aflautada voz a través del auricular.
¡Márchate ya!
—¿Tienes algo ya? Se nos está acabando la paciencia… —. Colgué el teléfono. No, no tenía nada. ¿Qué coño iba a tener? Mi cabeza no estaba en condiciones para ponerme a preparar un borrador de una nueva trama para un supuesto best seller. ¿A qué venía tanta prisa? Eso ya se había terminado. Si no lo entendía ahora, ya lo comprendería. No se lo iba a explicar, no tenía ni ganas ni tiempo.
Frente al whisky de Malta no podía dejar de preguntarme en qué momento había cambiado todo. Cómo se había llegado al punto de que ella dejase de admirarme, de desearme, de adorarme, de volverse loca conmigo y volverme loco a mí. No podía entenderlo, aunque cualquier otro sí.
Nuestro último capítulo, sin duda.
—No te quiero volver a ver, si te acercas a mí te juro que haré que te encierren. Estás loco, tanto o más que tus putos personajes. ¡Márchate ya! —fueron las últimas palabras que escuché salir de su boca, de entre esos labios carnosos que días antes me habían hecho llegar al más absoluto de los éxtasis.
Como si hubiera sentido una puñalada en el centro de mi pecho… como si me hubieran arrancado la vida… así me dejó en la puerta de entrada de su casa ante la mirada feroz de su padre.
La siguiente noticia que tuve de ella fue una orden de alejamiento de quinientos metros.
La imaginación de un buen escritor
Mi cabeza estaba cansada, algo nublada y soporté su peso con la ayuda de la palma de mi mano. Sentía ojos de lástima y compasión en muchos de los allí presentes. Yo había pasado de ser un respetado y admirado escritor de novela negra, con un best seller en sus haberes, a un repudiado, borracho y acosador. E incluso había llegado a escuchar cómo se me relacionaba con abuso de menores.
Al principio me defendía diciendo que ella no era menor, luego dejó de tener importancia lo que pensaran los demás de mí y dejé de hacerlo. La gente ya no quería mi firma, ni fotografías conmigo. Ahora se limitaban a mirarme con lástima o asco y a murmurar como si yo no estuviera delante y no me enterase.
Lidia. Lidia. Solo pensar en su nombre ya me excitaba y establecía en mi mente un flash en el que la visualizaba desnuda ante mí. Mi pene reaccionó sin importarle las copas bebidas. Dejé mi vaso e hice un gesto al barman indicándole que iba al baño. Me encerré y apoyado con la espalda en la pared me desabroché el cinturón y el botón y bajé la bragueta, sacándomela y agarrándomela con intensidad. Estaba excitado. Sentía la sangre palpitar dentro de mi miembro duro y erecto. Ahora tendría un momento para dedicárselo a Lidia. Cerré los ojos mientras mi mano comenzaba a agitar aquel pene que, no mucho tiempo atrás, había disfrutado del contacto con el cuerpo de ella.
Excitado, masturbado. Para ti, Lidia
«La veía, la veía desnuda en el balcón de mi casa. Asomada viendo la ciudad. Excitada sabiéndose observada por algún vecino. Veía las curvas de su cadera moviéndose ligeramente, acompasadas, contoneándose, esperando a que yo las sujetase con mis manos y las atrajese hacia mí. Mi cuerpo se excitaba más aún. Me acercaba a ella y retiraba su rubio pelo rizado del cuello para besarlo y lamerlo, mientras comenzaba a tocarle los pechos y juguetear con mis dedos en sus pezones. Mi mano agarraba su culo y lo cacheteaba, al principio más flojo y después más fuerte, porque ella me lo pedía, porque a ella le gustaba. Me lo pedía, ¡joder!, golpeaba sus nalgas y ella exhalaba gemidos de placer.
»Luego, ella misma colocaba sus manos en sus glúteos y los separaba mostrándome el camino que me tocaba recorrer. Y mi polla se preparaba para entrarle, para darle ese placer mezclado con dolor que ella buscaba y ansiaba. Se movía, cuanto más, mejor. Me pedía más, sus gritos se escuchaban fuera, pero no solo no le importaba, le excitaba más aún. Cuando se cansaba, me empujaba para retirarme y me llevaba a una silla. Me sentaba y sacaba algún cinturón que previamente había guardado cerca, me lo colocaba alrededor del cuello y se sentaba encima de mí, penetrándose con mi duro miembro y apretándose contra él a la vez que aumentaba la presión sobre mi cuello. La excitación era máxima, pero era cuidadosa.
Juguemos: coge las riendas
»Me centré en su manera de cabalgarme, utilizando aquel accesorio como las riendas de un caballo para tirar de mí y como una fusta para azotarme el cuerpo con el extremo que colgaba. Sus pechos brincaban ante mi cara con sus movimientos y a cada intento mío de agarrarlos o sobarlos golpeaba con su improvisado látigo mis ansiosas manos. Ella decidía cuándo y cómo y, cuando lo deseaba, tiraba del cinto atrayéndome hacia sus pechos. Sujetaba con su mano uno de sus senos y lo llevaba hacia mi boca deseosa de morderlos y recorrerlos. Sus embestidas cada vez eran más fuertes, más contundentes, tenía que concentrarme mucho para no correrme antes de tiempo».
Aún no estaba listo para terminar en mi improvisado cuarto de masturbación. Nadie molestaba, así que podía permitirme seguir disfrutando de aquella película mental. Bajé un poco el ritmo, quería saborearlo, volverlo a sentir… conocía el segundo final… aquel casi fatídico final, aquel en el que ni ella ni yo pensamos…
La chica de Instagram
«Su cabello rubio sobresalía de la fila. Sabía que estaría allí, formaba parte del grupo de “asistiré” de mi página oficial de Facebook y de Instagram. Me fijé en ella en el primer instante cuando entré a mirar la lista. Su sonrisa, aquel brillo… despertaron un deseo en mí. Fisgoneé en sus redes y allí estaba, montones de imágenes de su hermoso rostro y de su maravilloso cuerpo, luciéndose sin temor a los ojos ajenos que pudieran observarla desde una pantalla.
»Desde que la descubrí no había dejado de pensar en ella y mis momentos más íntimos los acompañaba de sus fotografías en bikini en la playa, imaginando cómo se lo quitaría lentamente para descubrir lo que detrás de aquellos pequeños trozos de tela se escondía. Turnaba la imagen con otra en la que su sonrisa era una delicia, con unos labios jugosos de color rosa y un brillo especial en la mirada entre pícaro e inocente. Y mi mente imaginaba mi pene acercándose a su rostro, rozando con mi glande esos labios, apretando contra sus dientes hasta que llegasen sus ansias por devorarme. Pensaba en esa lengua recorriendo cada milímetro de mi miembro y suponía esa mirada bajo una complacida mirada mía. La imaginaba con una gran intensidad en sus mamadas, disfrutando de introducírsela más y más, mientras gotas de su saliva me empapaban. Sus fluidos con los míos.
Para la lectora más bonita
»Aquella página social abierta me sirvió para mantenerme alejado de ella hasta el día de la firma. Jugaba con su cuerpo en mi mente y ella era ajena a todo, me daba el placer que yo deseaba, con el que me bastaba en ese momento, sin réplicas ni obstrucciones.
»Y no fue muy distinto cuando su cuerpo quedó desnudo por primera vez ante mí, solo que aquella mirada de la foto no era comparable con la auténtica.
»Llegó su turno, y se presentó solicitándome una firma en mi flamante nuevo libro que ella había adquirido.
»—Soy una gran admiradora suya —me dijo.
»Yo levanté la mirada y le contesté —Lo sé —. Tenía muchas publicaciones en su muro sobre mi obra.
»“Para la lectora con la sonrisa más bonita y la mirada más perfecta. JRC 006634951”.
»Recogió su libro y leyó la dedicatoria y acto seguido me miró extrañada. Yo pedí paso para el siguiente de la fila y ella se apartó. Discretamente la seguí con la mirada, comprobando que volvía a leer la dedicatoria y juraría que me sonrió. Horas más tarde tenía su primer mensaje en mi teléfono, al que seguirían no más de una docena antes de quedar para tomar un café en el centro. Tras varias horas de conversación me marché.
Jugando a volverla loca
»Me la podía haber follado aquel mismo día, pero quería ponerla nerviosa, jugar un poco, así que hasta ocho días después no accedí a quedar de nuevo con ella, a pesar de los innumerables intentos por su parte de conseguir una nueva cita.
»Conversaciones abandonas, citas canceladas… quería verla, pero me gustaba más tener el poder de saber que así me pensaría, me desearía más. Y todo salía de la manera esperada.
»En nuestra primera cita, logré que se agachara a comérmela en el baño de un estupendo restaurante al que le invité a cenar. No fue algo planeado, pero sí ansiado, mi imaginación haciéndose realidad y terminando de eyacular en aquella bonita cara.
»La segunda disfruté de ella en la habitación de un hotel y nuestros juegos sexuales comenzaron a tomar forma.
»Ella quería experimentar lo que algunos de mis personajes de la última novela habían hecho y yo se lo daba. Esposas, correas, disfraces… Yo solía desaparecer algunos días tras nuestras citas, algo que le ponía extremadamente nerviosa, insegura. Y cuando yo la llamaba, allí estaba ella insaciable, para darme más y mejor. Cada vez más potente, más salvaje, decidida a dármelo todo, dedicándome cada minuto y cada pensamiento.
Era mía».
De novelista a poeta muerto
Proseguí con mi desahogo, me había ido por las ramas.
«Volví a imaginar su tierno cuerpo de dieciocho años entre mis manos, sus labios jóvenes, sonrosados y aquella vagina cerrada, de musculatura casi intacta, esa musculatura que apretaba mi miembro cuando se lo introducía. Mi mano comenzó a tomar más velocidad, sabía lo que llegaba ahora.
»Ya no podía ver sus fotos, pero estaba instalada de manera fidedigna en mi cabeza. Mi mente recordaba a la perfección el instante en el que se levantó y se dirigió a la mesa del comedor, retiró el cinturón de mi cuello y se lo colocó ella, se apoyó con los codos en la mesa y dejó que introdujese mi pene en aquella vagina opresora que tanto placer me daba, a la vez que tomaba el cinturón con mi mano, golpeando sin excesiva fuerza su espalda con él. Mi otra mano jugaba a retorcer uno de sus pezones y sus gemidos eran cada vez más intensos.
»Tenerla así, apoyada en la mesa, sujeta por aquellas improvisadas riendas, me tocaba montarla a mí. Me excitaba tanto que comencé a perder el control. Mi manó se dirigió a su cabello, amarrándolo como una coleta y tirando hacia mi…»
Allí, de pie en aquel baño, mientras me masturbaba, me sentí poeta de aquel salvaje verso que juntos escribimos. Pero el poema tenía que llegar a su fin.
Arre, caballo, arre
Saqué el cinturón que llevaba y me lo coloqué alrededor del cuello, apretándolo hasta que prácticamente no entraba un dedo entre el cuero y mi piel. Seguí con mis movimientos, más rápidos aún, estaba a punto…
«Visualizar aquel instante en el que una de mis manos tiraba del cinto y la otra de su coleta mientas apretaba mi pelvis contra sus nalgas con movimientos cada vez más fuertes y sonoros. No sé si decía algo, si gemía o gritaba o estaba quizá en silencio, ya no la veía, era todo oscuro y mi cuerpo se movía como por inercia, una inercia sexual que nunca había experimentado.
»Le avisé de que iba a correrme, pero no dijo que me retirase. Comencé a agitarme con más fuerza, tirando de ella, volviéndome loco y al fin, dentro de ella, sentí todo el calor que había contenido salir como una descarga que recorría todo mi cuerpo. Mis empujones fueron cesando y comencé a sentir su relajación, un aumento de peso en su cabeza sujeta por el pelo en ese momento. Solté su cabello y el cinto y ella se dejó caer exhausta, pensé, sobre la mesa y yo sobre ella».
El clímax más perverso
»—¿Has disfrutado? —le pregunté acercándome a su oído, pero no obtuve respuesta. De repente, una sensación en la boca de mi estómago me indicó que algo no estaba bien. Su cuerpo inerte estaba sobre la mesa, no descansaba por el trabajo realizado, yacía por asfixia. Solté el cinto de su cuello y la tumbé boca arriba en el suelo. Comprobé su aliento, mínimo si es que había algo. Le realicé una RCP y logré despertarla de aquel sueño rápidamente. En cuanto sentí fluir su respiración llamé a emergencias y en poco más de diez minutos habían llegado a mi piso. En ese tiempo vestí a Lidia lo mejor que pude. Aun así, las miradas intransigentes y especulativas de los técnicos sanitarios me hicieron sentir incómodo. La vi marchar en una camilla».
Me senté sobre la tapa del WC y comencé a apretar aquel accesorio contra mi cuello. Nunca más me podría acercar a Lidia. Ella no quería que me acercase. Sabía que el tiempo en el que apreté aquel cinturón le había provocado alguna secuela, le había borrado su bonita sonrisa. Nunca más la vería, nunca más y me sentía morir al pensarlo. Otro apretón, me costaba introducir el aire. Me masturbaba cada vez más rápidamente, al tiempo que ajustaba, milímetro a milímetro, aquel cinturón alrededor de mi cuello. Lidia, lidia. ¿En qué momento se habían torcido las cosas? Llevaba un mes persiguiéndola tras haber sido el perseguido, un mes siguiendo sus pasos en lugar de seguir ella los míos, esperando frente a su casa… Un último esfuerzo Lidia, por ti, y no te volveré a molestar nunca más.
Hielo derretido
Exploté en aquel baño, eyaculando sobre el suelo, mientras me despedía de ella para siempre con aquel estallido.
El hielo tuvo tiempo de derretirse en la copa de aquel whisky de Malta, mientras el barman, ajeno a aquel proceso de fisión que tenía lugar en el vaso comenzó a preguntarse por aquel borracho escritor que llevaba tiempo en el cuarto de baño.
Allí quedó la acuosa bebida. Allí quedó el patético escritor.