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Cuando me quise morir
12 de enero de 2024Cinco Sentidos Enardecidos…
12 de enero de 2024Caen los días en el almanaque, resbalan como gotas de agua empantanada por las retinas de mis ojos, por los surcos que el tiempo ha dejado en mi cara. Higos podridos al suelo.
Cada nueva alborada asoma su tímida cara al nuevo día, su estúpido asombro denota una amarga victoria al postrero tiempo pasado. Botella medio vacía que amenaza con su definitivo fin.
Mi vida un cigarrillo consumiéndose en el cenicero, disipándose a cada minuto, a cada hora, a cada día; escupe volutas de humo con las que me entretengo. Ora las rompo, ora me dejo envolver por ellas, me impregno de su olor, de su aroma. Me invado de su fragancia, de su volatilidad. Soy humo.
Debe de ser algo maravilloso ensanchar los angostos senderos —eso de albergar esperanzas—, sabiendo que es agua entre las manos.
La aurora ha de ser testigo de éste tardío despertar a la vida, de ése anhelo lleno de soledades antiguas.
El alma inquieta espera con serenidad el canto de las sirenas, la música de las hojas que mece el viento; las bravas aguas que contemplo han de calmar su furia, han de volverse plato en el horizonte, pasto en la lontananza, poesía en las cavidades, música en las ausencias.
Sueños por cumplir, deudas por pagar, amigos que recuperar del olvido, dolores antiguos que no cicatrizan. ¡Que ya no cicatrizarán jamás!
Sordo y mudo se escapa el tiempo, es un tren silencioso a través de un túnel que no va a ninguna parte.
Escribo en verde, en azul y en negro. Escribo en colores la vida regalada; ésta que gané a la muerte en una partida.
Apuro los albores de las madrugadas, me bebo a sorbos los días, me embriago de sol, me duermo en las estrellas, juego con la luna.
Vivo los días con apremio, con presurosa rebeldía me arrojo a tus brazos para que no me sueltes, para no morir solo.
— ¡No he muerto, madre! —, me digo. Pero tú ya no me escuchas, no me oyes. Te has ido. Has muerto.
Quiero consumir mi tiempo junto a ti —amada mía—, y apoyar mi cabeza vencida de hastío en tu pecho. Sumergirme en tu escote, sentir el latido de la vida en tu cuerpo y humedecer mi boca en la tuya; en perfecta sintonía acompasados nuestros tiempos en ese latido.
Canto agónico entre los huecos de mis huesos, de mis carnes. Entre mi alma. Música de difuntos, réquiem inacabado como el de Mozart.
Luchar por la vida que un día perdí en una desafortunada elección —hay decisiones que marcan tu devenir—, el mío no tiene vuelta atrás.
Lucho por retener en mi recuerdo las risas, pero solo las penas permanecen.
Lucho por la vida que me queda, por aquellos instantes felices en el que el caos lo era todo, en donde los amos quedaban aún lejos. Aquéllos días bañados de luz.
En la antesala del último crepúsculo te espero; el café que te prometí aguarda. ¡Este lo pago yo!
Siempre fui un hombre de palabra. Es lo único que atesoro. Es mi identidad. Es mi riqueza.
Nuestra despedida será trago a trago hasta apurar las botellas de la noche.
Me llevo lo que siempre deseé y no mostré al frío mármol:
¡Un buen hombre que no vio cumplido ninguno de sus sueños!
Felices danzarán mis enemigos sobre mi sepultura.
—Mi corazón sigue latiendo en mi pecho —sigo vivo— me digo.
A lo lejos Miles Davis hace llorar su trompeta.
<<Quisiera ser otro, quisiera ser quien no soy, ni seré>>. Pero ya es tarde y la oscuridad lo inundará todo.
Sudo vida, bebo vida, fumo y lloro ausencias en una cadenciosa letanía. Un perpetuo llover sin mojar. Lluvia sin agua.
No quiero perderme más en calles desoladas, en avenidas vacías; sin ti.
Amada —quiero extraviarme en tus silencios, quiero regalarte mi vida—, esta que he ganado a tu lado, esta de viento y mar, esta que compartimos a golpes de olas.
Te doy mi vida entera por un rato a tu lado, por aprender de tu sonrisa, de tu humildad, de tu brillo.
Las otras vidas que tuve las maté, murieron en otras calles. Tú no estabas.
Quisiera morir como Marlon Brando, entre los naranjos, con la música de Ennio Morricone de fondo en El Padrino o caer de una mesa después de una descomunal paliza en la Jauría Humana para después rodar escaleras abajo. ¡Qué arte, qué teatralidad!
Dejad que os arroje mis miserias, mi podredumbre.
Que la tempestad que ha de venir me aleje lejos de los rostros mundanos, de lo inverosímil del mundo. Del sentir sin sentido.
No quiero volver a oír la música de los poetas malditos. ¡Que se callen!: Tom Waits, Nick Cave y Dylan.
¡Tan solo Mozart y su réquiem, por favor! Que sus notas embriaguen mi desdicha, que llenen mi pecho de derrotas.
Los vertederos aún no han cerrado, allí podréis arrojar los pétalos mustios y secos.
Asomarme por aquélla ventana y gritar —eso es lo único que deseo—escupir mi mentira al viento del atardecer y arrojarla a vuestra cara. Tirarme al vacío y volar. Que su vertical caída me muestre el camino. Ese de adoquines. De muerte.
¡Cuántas mentiras más tendré que vomitar para volver a ser el anónimo que anhelo!
Miro al cielo sin estrellas y la negra noche, larga y silenciosa anuncia el postrero amanecer.
Una cucaracha solitaria recorre los recovecos hueros de la casa. La contemplo en su largo deambular; la ignoro.
No tengo sueño —seguiré bebiendo fracaso—, hasta el alba.
<<La luna está saliendo, no hay tiempo que perder. Es hora de empezar a beber. Dile a la banda que toque un blues y yo pago los tragos>>, cantaba Tom Waits.
La hoja roja que anuncia el final asoma.
Me contemplo en el espejo del baño, y lloro. Sigo bebiendo. Soy líquido, soy alcohol. Soy éter.
<<Las últimas hojas caen danzando. Se necesita una gran dosis de insensibilidad para no sucumbir al otoño>>, decía Cioran.
Deseo que el otoño me vaya matando poco a poco y morir en invierno junto con la naturaleza de hojas muertas.
Es hora de gritar y bailar por los angostos senderos la ganada libertad frente al horizonte de nichos que ansiosos me esperan.
En busca de mi padre iré; jugaremos aquélla partida que no pudimos acabar. Hablaremos del odio, del amor. Y de nuevo del odio.
El viento que hará zozobrar el sagrado templo en las frías e inhóspitas noches de diciembre me espera, no es menester hacerle aguardar más.
Largos son los paseos que me acecha en el purgatorio mientras mi ánima salda sus deudas.
<<No busquéis lápida alguna con mi nombre>>.
Una vez más, seguiré siendo aquél que conocisteis en el camino:
Un alma vagabunda, un alma rebelde; un espíritu sin ley, sin casa fija, sin amo.
Un hombre libre.