
El Observatorio
29 de septiembre de 2021
Propiedad Privada
13 de octubre de 2021La Ăşltima vez
Fue la Ăşltima vez que lo vi.
Tras Ă©l, cerrĂ© la puerta, apoyĂ© la cabeza contra la pared que habĂa al lado y dejĂ© resbalar las Ăşltimas lágrimas por aquel amor no correspondido.
Me habĂa prometido no llorar ante Ă©l. Me habĂa prometido no rogarle que se quedase a mi lado, que volviese a intentarlo, que no se fuese. Pero no cumplĂ. Y todo fue en vano. Cuanto más me esforzaba yo en dar argumentos contundentes para que Ă©l se lo pensase, más en banda parecĂa cerrarse.
En algunos momentos sentĂ que estaba a punto de escuchar un “tienes razĂłn, vamos a intentarlo”. Pero las palabras nunca llegaron a mis oĂdos. Su forma de mirarme, sus caricias en mis brazos, sus besos en mi mejilla… en mis labios… Âżpara quĂ© me dejaba sentirlo si se iba a marchar y no iba a volver a buscarme?, Âżpara quĂ© me miraba de aquella manera, clavando sus pupilas marrones en las mĂas, si no significaba nada su mirada? ÂżCompasiĂłn?, Âżpena?
Mea culpa
Lo admito, hice todo aquello que cualquier psicĂłlogo, hasta el menos diestro, te dirĂa que no hagas nunca. ProbĂ© todas las estrategias mentales que se me ocurrieron, hasta las más lamentables, vamos, que me faltĂł ponerme de rodillas. Tan pronto parecĂa una comercial de cosmĂ©ticos que llega a tu casa y te quiere convencer de los maravillosos beneficios de tal o cual tratamiento; como me convertĂa en una pitonisa prediciendo un futuro de ensueño juntos. TambiĂ©n utilicĂ© argumentos psicolĂłgicos, herramientas de coaching y todo lo que tuve esta mañana a mi alcance, con tal de que Ă©l no saliera por la puerta sin decirme aquel SĂŤ.
Mi ego, sediento de Ă©l, apartĂł de un plumazo esa autoestima que tanto me habĂa costado ir mejorando y reconstruyendo. Se cargĂł de una sentada todo mi trabajo de desarrollo personal. DesterrĂł mi valĂa hasta lo más recĂłndito de mi ser. Y allĂ estaba yo, hablando y hablando y hablando sin parar. Tratando de convencer a aquel hombre que no querĂa estar conmigo. Y yo no me sentĂa indigna constantemente, es lo más gracioso. Mi ego se encargaba de decirme que lo que estaba haciendo era “luchar” por lo que yo querĂa… ¡Que hijo puta el ego!
ÂżAcaso no me valoras?
De nada me sirviĂł su primer “creo que no va a funcionar”, ni el segundo, ni el tercero, ni ninguno de los que le siguieron. Mismas palabras y mismo argumento, y mi cerebro, negándose a aceptarlo, le decĂa una y otra vez “esto es injusto”, “te estás equivocando”, “no me valoras”. ÂżTe lo puedes creer? ÂżNo me valoras? ÂżTendrĂ© valor de decirle a Ă©l, ahĂ sentado mirándome fijamente, “no me valoras” cuando la que no se estaba valorando en absoluto era yo?
Me besĂł, más de una vez y más de dos y yo, le dejĂ©. Mi cuerpo sintiĂł el escalofrĂo de un deseo ardiente por arrancarle la ropa y dejarme llevar. AhĂ sĂ sĂ© que la respuesta no hubiera sido que no. Pero bueno, el cabrĂłn de mi ego no llegĂł a serlo tanto y fue capaz de contenerse en ese aspecto y mantuve las piernas cerraditas, no fue un mal logro. Sentir su respiraciĂłn junto a mi oĂdo, en mi pelo, en mi cuello… mientras mi nariz respiraba su olor, el aroma de su cuerpo, ese que llevaba meses sin oler… SabĂa, y me lo dijo, que aĂşn le atraĂa, pero controlĂ© no intentar convencerle poniendo como ofrenda el sexo. Puf, y menos mal.
Como una niña pequeña
Los argumentos fueron dejando pasar los minutos. Las colillas se acumulaban en el cenicero. JuguĂ© con mis anillos en mis leves ratos de silencio, esperando escuchar algo que me hiciera feliz y que no terminase con la Ăşltima esperanza que tenĂa de que Ă©l regresase a mĂ.
Me habĂa arriesgado, me habĂa metido yo sola en aquella situaciĂłn. HabĂan pasado ya 4 meses desde que decidĂ dejar aquello que tenĂamos, por sentir su falta de ganas de quererme. Luego me arrepentĂ, pero ya era tarde y Ă©l me tomĂł la palabra, haciĂ©ndome pensar que hacĂa por mĂ lo que yo no era capaz: darme la libertad para poder encontrar a alguien que me quisiera de verdad. Pero yo era como una niña pequeña que ha dejado su juguete en casa consciente de ello y cuando ya ha recorrido media manzana se acuerda de Ă©l y lo quiere a toda costa. Y llora y patalea; y vuelve a llorar; y busca una salida, un giro inesperado de los acontecimientos que la devuelvan al momento anterior a decidir dejar su muñeco en casa. Pero el tiempo, como el ego, es otro cabrĂłn y se niega a retroceder.
No le habĂa vuelto a ver, aunque habĂamos mantenido un mĂnimo contacto por las redes sociales. Decidimos vernos aquel verano, pero parecĂa que se hubieran alineado los astros para que aquello no ocurriese. Fui consciente de su falta de interĂ©s casi desde la primera semana tras la ruptura. Al principio algĂşn ÂżcĂłmo estás?, pero eso fue desapareciendo y sus mensajes se fueron diluyendo con el tiempo. Pero Ă©l querĂa que yo supiera que seguĂa estando allĂ, Âżpor quĂ©? Misterios del ser humano, Âżno? Se dejaba ver con sus likes en mis fotos o algĂşn comentario a alguno de mis estados en el Whatsapp.
Por fin, pusimos fecha y hora para nuestra “reuniĂłn”. No recordaba tantos nervios desde hacĂa mucho. Yo le habĂa dicho que necesitaba cerrar aquella página, poner el punto final (que no es que no estuviera puesto, pero necesitaba marcarlo más fuerte en aquella página de mi vida, vaya…).
Me pidiĂł que no desapareciera, que Ă©l no querĂa eso. ÂżY para quĂ© me quieres ahĂ?, le preguntĂ©. Yo no querĂa que Ă©l desapareciera, pero sabĂa por quĂ©: porque le querĂa en mi vida, conmigo. Pero no entendĂa para quĂ© querĂa Ă©l que me quedase yo allĂ.
SĂ© feliz
Cuatro horas despuĂ©s, con la negativa como respuesta, salĂa por la puerta de casa. Yo a esa hora ya habĂa hecho todo lo que te he contado, ya solo me faltaba lo de ponerme de rodillas o echarme a patalear en el suelo con un “quiero que te quedes”, “quiero que te quedes”, “quiero que te quedes”. Nos abrazamos y nos besamos. Y cada vez que pensaba que era el Ăşltimo de sus besos, la Ăşltima vez que respirarĂa su olor, su Ăşltimo abrazo… las lágrimas se agolpaban como una marabunta intentando ver la luz.
Un “sĂ© feliz” que le dije yo y un “que tengas mucha suerte” que me dijo Ă©l, terminĂł separándonos de aquel, supuestamente, Ăşltimo abrazo. Y saliĂł rumbo a su coche. Y yo, erre que erre, volvĂ a abrir la puerta y boceĂ© su nombre. AsĂ, allĂ, delante de todos mis vecinos curiosos. Él me escuchĂł y regresĂł. EntrĂł de nuevo al pasillo de mi casa y le cogĂ la cara y le besĂ© con todo mi ser mientras con mi cabeza le decĂa adiĂłs.
SĂ, se puede ser más tonta
Pero si piensas que ya habĂa terminado de hacer el imbĂ©cil y de dejarme a mĂ misma cuál trapito de fregar el suelo… te equivocas.
Después de besarnos, de volver a abrazarnos le separé de mà y le miré a los ojos: “piénsatelo”, le dije. Y, de manera mucho más resumida, volvà a esgrimir mi mejor argumento: “quiero estar contigo” —ea, y punto, es lo que quiero y ya está—, seguido de un “vamos a darnos otra oportunidad” y alguna cosa más que he debido preferir no recordar.
Luego me llegĂł el momento del arrepentimiento, mientras aĂşn sujetaba su camiseta con mis manos y lloraba diciĂ©ndole que me dolĂa muchĂsimo no volver a verle más. Él respondiĂł que nunca se sabe, que quizá no fuese asĂ. ¡OlĂ©, lo que le faltaba a mi ego… dĂ©jale asĂ, esperando! TerminĂł diciendo “lo pensaré” y volviĂł a salir por la puerta.
Esta vez cerré, pero solo eso, la puerta.
Me quedé sabiendo que acababa de volver a cometer el peor de los errores: dejarme la puerta abierta a la esperanza. Dejar mi vida en un impás y en manos de otra persona que no era yo.
DecĂa, al principio de mi historia, que dejĂ© caer la Ăşltima lágrima, pero no fue porque ya no me quedaran más o porque en un acto de superwoman derrocada decidiera no llorar más por Ă©l… noooooo, lo hice porque Ă©l dejĂł un hilo de esperanza, un hilo de lana —de la mala, de la de los chinos—, de esa que, como tires un poco fuerte, se rompe. Y ahĂ me quedĂ© yo a la hora del mediodĂa, subida a ese trozo de lana cutre que a duras penas iba a aguntar mi peso y que, más tarde o temprano, se terminarĂa rompiendo y yo cayendo, de nuevo, al mismo suelo que habĂa caĂdo cuatro meses antes.
Suspendida
Pero no creas que he pasado la tarde llorando, he estado entretenida. No he dejado que mi ser llore porque mi ego le ha pisoteado, le ha pasado por encima, por debajo, por la izquierda y la derecha, le ha metido una goleada. AhĂ estoy, resistiendo. Tanto psicĂłlogo, tanto reiki, tanto coaching… Âżde quĂ© me habĂa servido? De nada.
Ahora no quiero fustigarme, pero me lo merezco. Me merezco que vuelva mi temida autocompasiĂłn, mi victimismo que he conseguido tener dominado. Mis fantasmas. Necesito sacar la fusta y liarme a darme con ella fuerte y con ganas, por capulla, por tonta, por gilipollas.
Pienso que nunca tengo suerte en esto del amor, que nunca encuentro a alguien que me quiera o estĂ© dispuesto a quererme y me respondo que no lo voy a encontrar mientras no demuestre que esa teorĂa de quererme y valorarme a mĂ misma no solo me la sĂ©, sino que, además, la sĂ© poner en práctica.
Hoy he sacado un 0 patatero. Hoy me he rebajado cual sabandija que se arrastra por el fango. Me he pisoteado. He tirado al traste mi trabajo de desarrollo personal que tanto me ha costado interiorizar —y que no está interiorizado del todo, evidentemente...—. Suspendida y con nota.
Hoy amanece, aunque tú ya no estés
LlegĂł la hora de meterme en la cama y hablar conmigo misma. Primero me dije que soy estĂşpida, que cĂłmo habĂa podido darme tan poco valor, que lo habĂa hecho fatal, terriblemente mal... Surgieron los “quizá si hubieras actuado de la otra manera…”, “quizá si…” y los “bueno, pero a lo mejor…” de la puta esperanza, y resbalĂł alguna lágrima sabedora de que no iba a ser asĂ: porque Ă©l nunca me querrá mientras no me quiera yo. Y, si vuelve conmigo, yo sabrĂ© esta gran verdad y no me sentirĂ© feliz, sino insegura y con miedo… Menuda pedazo de mierda todo.
Me tapé hasta las orejas para repetir “menuda mierda todo” como un mantra hasta quedarme dormida.
Hoy amanece de nuevo. Me despierto sabiendo que Javi ya no estará. Me levanto y me pongo una bata para salir al balcón con un café recién hecho. Miro, apoyada en la barandilla, y veo vecinos andando, pájaros que vuelan, coches que bajan por la calle, niños que salen de casa para ir a sus colegios. La vida sigue. El sol brilla y apenas hay nubes en el cielo. Dejo mi taza de café en la mesa y me estiro, abriendo mucho los brazos y cierro los ojos.
Ha llegado el momento de perdonarme. Y me perdono y siento que se me desprende parte de la tristeza. Ya sĂ© que Javi no estará más, pero la vida sigue, ha amanecido un dĂa más y, mañana, volverá a hacerlo. Esta desdicha en mi vida es apenas una insignificancia en el universo. A este le doy las gracias, por este amanecer en el que Javi ya no está, pero todo lo demás —que es mucho, mucho— sĂ.
Toca continuar el camino.