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26 de mayo de 2020El juego
1 de junio de 2020Su cuerpo acariciado por el sol
Acariciaría su cuerpo moreno del sol sin cansarme de hacerlo. Rozaría con la yema de mis dedos cada centímetro de su piel.
Aquella mujer no podía verme, pero yo a ella sí. No fue algo buscado, solo es que la encontré. La encontré allí tumbada en la arena, postrada bajo un sol caliente del mes de mayo. Solo su silueta permanecía en aquella cala, ajena al ajetreo existente a unos pocos kilómetros de allí. Soñaba con practicar sexo en aquella playa con ella. Era una cala privada perteneciente a un lujoso casoplón de arquitectura moderna que se elevaba sobre un pequeño cortante por el que descendían unas escaleras que llevaban al mar.
Que pase buen día
La veía cada día sentarse en una encantadora terraza a desayunar: un zumo de naranja, un café y unas tostadas. Su pelo sujeto en una coleta lateral, largo, oscuro y sedoso que yo imaginaba sujeto y tensado en mi mano. Cada día lucía más hermosa.
A menudo la veía con algún vestido vaporoso que permitía percibir la forma de su silueta. El resto de mis encuentros con ella se limitaban a sus idas y venidas de la finca, apenas unos segundos para subirse a su Audi y marcharse despidiéndose, si me encontraba, con una sonrisa y un "que pase buen día".
Limpia, suave, armoniosa, perfumada, así la percibía yo. Prefería no pensar en cómo me percibía ella. Un simple jardinero, mugriento, sudado, con las manos ásperas del trabajo. Probablemente ni siquiera era consciente de que yo existía.
Viene hacia mi
Ella se puso en pie y sujetándose el sujetador con un brazo se encaminó hacia donde yo estaba. Me temblaba el cuerpo y empecé a sudar más de lo que ya lo hacía. Los últimos metros hasta llegar al pie de la escalera los hizo medio corriendo, la imagen me hizo gracia y me produjo una erección inmediata al ver como el volumen de sus pechos ascendía y descendía con su carrera. No podía levantarme, tenía que quedarme en la posición de cuclillas en la que me encontraba, porque aquello que tenía en la entrepierna no pasaría desapercibido. La vergüenza y la excitación me invadían en el mismo porcentaje. Mi mente me mandaba informaciones contrapuestas: una parte de mí quería levantarse y salir corriendo escaleras arriba, alejarme de sus ojos y de su cuerpo; otra parte quería quedarse mirando aquel espectáculo de mujer que venía directa a mí.
Sed, quiero agua
Estaba petrificado. ¿La habría ofendido mi presencia? Yo era un fantasma para ella cada día, pero aquel día me había vuelto de carne y hueso. Quizá solo se encaminaba a subir la escalera... a recoger agua..
—Gabi, ¿no tendrás agua fresca a mano verdad? -me dijo nada más detenerse a mi lado.
—Ehhh, tengo esta botella de agua fría, pero... he bebido yo —. Alargué la mano y recogí una botella de plástico de litro y medio, que tenía escondida en una pequeña sombra, tras un arbusto, y se la mostré.
—Si a ti no te importa que beba... estoy muerta de sed y no quisiera subir hasta casa... —. Me miró con una sonrisa preciosa que mostraba una perfecta y blanca dentadura, de esas de anuncio.
Quiero... tu agua
Aquellos ojos castaños miraban hacia abajo, encontrándose con los míos, con los de un jardinero acuclillado que evitaba ponerse en pie para que ella no viese lo que no tenía lugar a ver.
—Beba, beba, por mí no hay problema. De hecho, puede quedársela, yo en breve tengo que subir a la casa y puedo coger otra botella —. El sol me cegaba, la postura era un imposible, pero aquello no bajaba.
—Eres un encanto Gabi, mil gracias—. Y con esa mirada sensual y pícara a la vez, tomó la botella de mi mano, se agachó y me dio un beso en mi sudada mejilla. Se dio media vuelta y volvió a su lugar en la arena. No quería mirarla, pero no podía evitarlo, su culo se contoneaba enérgicamente y apenas estaba cubierto por un trocito de tela... Ella se volteó y yo giré rápidamente la mirada. Pude verla sonreírse.
Desnuda
Volvió a tumbarse, boca abajo en esta ocasión. Había vuelto a dejar la parte superior de su bikini en su bolsa y lo mismo la botella de agua. Yo traté de concentrarme en mi tarea de limpieza y no sé qué tiempo tardé en llegar al final de la escalera.
Mis pies pisaron la arena. Me costaba trabajo concentrarme teniéndola allí, a pocos metros, prácticamente desnuda. Imaginé el sexo en aquella playa con ella y la excitación recorría todo mi ser. Me limpié el sudor de la frente con la mano en el instante preciso que ella se volvió a incorporar. Miraba hacia el mar, estaba sentada y su espalda brillaba bajo el sol debido a la crema solar. Aquel arco perfecto me tenía embriagado cuando decidió girar la cabeza y mirarme. Mantuvo su mirada y yo retiré la mía un instante.
Me mira
De reojo observé cómo se giraba en la esterilla y dejaba de echar la vista al mar para mirarme a mí. Nada cubría sus perfectos pechos que parecían buscarme ingrávidos y que volvieron a excitarme.
Me observaba y no se cubría. Estaba deseoso de mirarla de frente, pero mantuve mi cabeza agachada. Entonces me llamó por mi nombre y, cuando miré, alzó su mano haciéndome un gesto para que me acercase allí. Me señalé como preguntándole si se dirigía a mí y asintió. Me quité las zapatillas para andar mejor por la arena y fui donde ella estaba.
Crema para el sol
Seguía sin cubrirse. Yo llevaba la mirada hacia el suelo, no quería excitarme más o perdería el control total de mi miembro.
—Dígame señorita Ana, ¿necesita algo? — le pregunté clavando la vista en el mar.
—Que me hagas un poco de compañía y, si puedes, que me des crema en la espalda, no me quiero quemar. ¿Te importa?
—No, claro que no—. Me agaché a coger el bote de crema que ella acababa de sacar de su bolsa. Me puse de rodillas y eché la crema sobre su espalda ante lo que ella dio un pequeño respingo. Me disculpé por no haberla calentado un poco antes.
Comencé a esparcir la crema por su espalda, masajeándola ligeramente, no quería que pensase que le estaba "sobando".
—Se te deben dar bien los masajes, jeje. Tienes unas manos fuertes—. Preferí no contestar ante el comentario. Y respondí con una sonrisa apenas audible.
Algo más que dar crema
Me eché más crema en las manos y la calenté un poco antes de ponérsela en la espalda. Entonces ella cogió mis manos con las suyas y las llevó hacia delante, colocándolas sobre sus pechos y comencé a masajearlos guiado por ella.
La erección era total, el pantalón me molestaba y mi pene parecía que quisiera romper la ropa que lo tenía atenazado. Sus pezones estaban tersos y duros, sus pechos, ya de por si suaves, lo eran más por el contacto de la crema. Soltó una de mis manos y tomó la crema para echarse más sobre el pecho. Un montón de pasta blanca cayó sobre el pecho descubierto y volvió a colocarme la mano sobre él mientras guiaba mis movimientos.
Descendió con ellas por su cuerpo y fui acariciando cada centímetro, tal y como lo había deseado. Ahora sí, sexo, playa, ahí estábamos.
Recorrer su cuerpo
Lubricado por aquella pasta, mis manos resbalaban sin ninguna dificultad. Nos dirigió hacia su vientre moreno, recorriendo su cintura y bajó por su cadera hacia sus muslos. La crema se agotaba en el delicioso paseo por su cuerpo. Volvió a ascender hacia sus senos en donde dejó una de las manos mientras que con la derecha descendía vientre abajo y la introducía por dentro de su pequeña braguita. Ya estaba allí. Ella, que estaba sentada con las rodillas dobladas, separó las piernas y se recostó sobre mi sudada camiseta. Le veía la cara y cómo se mordía el labio inferior de la boca mientras acariciaba su clítoris con mi mano. Decidió que ya bastaba de indicaciones y me dejó actuar. Continué masajeando su sexo y bajé hacia su vagina, penetrándola con uno de mis dedos. La deseaba como no se me había ocurrido poder desear a alguien.
Más que caricias
Quería follarla allí, sobre la arena. Por fin tenía ese ansiado sexo en la playa con ella. Comenzó a gemir mientras yo la masturbaba y sus movimientos corporales de placer acentuaban más aún mi excitación. Se giró levemente hacia el lado izquierdo y se colocó frente a mí, mientras sus piernas se mantenían abiertas y mi mano le daba placer. Me miró a los ojos, con deseo mientras acercaba su cara a mi entrepierna. Se sujetaba únicamente apoyada en el brazo contrario. La movilidad para ella era reducida y yo debía ayudarla. Dejé de acariciarle el pecho y me llevé la mano al pantalón, me apañé para quitar el botón y bajar la cremallera. Bajé ligeramente el calzoncillo y coloqué mi pene hacia arriba, asomando solo una pequeña parte de él que ella rápidamente comenzó a lamer. Con su mano libre intentaba liberar más de mí y le ayudé.
Sexo en la playa
La miraba mientras ella abría su boca y se introducía mi miembro dentro y comenzaba a chuparlo con movimientos ascendentes y descendentes. Estaba tan sumamente excitado que en un momento cogí su coleta con mi mano y apreté su cabeza en varias ocasiones. Quería llenarla, invadirla, formar parte de su ser. Cuanto más rápido se movía ella con su lengua y su boca, más rápido y con más fuerza la masturbaba yo. Al cabo de un rato sacó mi mano de su entrepierna y se incorporó. Me empujó y caí tumbado sobre la arena, con mis pantalones y mi ropa interior apenas bajados, se retiró con la mano el bikini y se sentó a horcajadas sobre mi pene, metiéndoselo dentro y apretando con fuerza sus glúteos. Sus movimientos eran rítmicos y sensuales, parecía una diosa galopando sobre mí, sus gemidos constantes.
Placer, clímax, orgasmo
Le agarré de los glúteos y comencé a apretarla contra mi cuerpo, la ayudé con el movimiento. Por momentos abandonaba su culo y agarraba sus pechos, los apretaba con mis manos, los acariciaba y me levantaba para lamer sus pezones y apretarlos con mis labios. Le agarré por la cadera y me puse sobre ella, ahora me tocaba mandar a mí.
El ritmo se fue acelerando y el placer era tan intenso que nos olvidamos de que estábamos en una playa a la vista de cualquiera. Apretaba y apretaba, con cada embestida mía sentía cómo una ola de placer recorría todo su cuerpo. Era mía, en aquel momento, aquella silueta morena de pelo largo era mía. Se acercó a mi oído y me dijo que se iba a correr, mi excitación fue máxima y no pude por más que acompañarla en aquel estado de éxtasis, alcanzando juntos el clímax.
De vuelta a la escalera
Mi cuerpo cayó junto al suyo sobre la arena. Ambos estábamos empapados de sudor.
Sin mediar palabra se levantó y se dirigió al agua. La vi alejarse de la orilla nadando y luego sumergiéndose.
Me levanté, me coloqué la ropa y me fui a aquella escalera que había quedado esperándome. De vuelta a la realidad.