El Autor
19 de agosto de 2020Donde caben Dos, caben Tres
27 de septiembre de 2020Llevaba un rato llorando, no sé cuánto, pero el sol ya se había ido. La discusión con Oliver me había dejado destrozada, sin fuerzas para nada, ni siquiera para quererme.
Me levanté de la cama dispuesta a darme una ducha, despojándome de la ropa del día que iba cayendo detrás de mí como un reguero.
Al pasar frente al espejo vi como mi imagen desnuda se reflejaba en él, iluminada únicamente por la pequeña lámpara de sal situada en el aparador que hay justo al lado.
"Hace frío aquí", pensé. Es de noche y ya en octubre comienza a refrescar por esta zona.
Mi yo frente al espejo
De pie, observándome a mi misma reflejada en mi viejo espejo, me recorro con los ojos: mi pelo, largo y oscuro con algunas canas que brillan ante la luz mortecina (aún así bello como la luna que brilla en el cielo); mi rostro, que aún conserva un cariz sensual, aunque ya lo surcan unas cuantas arrugas; mi cuello, que tantas veces has besado, Oliver, sigue suave; mis hombros, seguidos de mis pechos aún turgentes y sus pezones erectos por el frío de la habitación (si estuvieses aquí, ya estarías jugando con ellos); mi torso, en el que mi barriguita se hace notar redonda y perfecta (tú siempre decías que era sexy... aunque ya sabes que yo la odio un poco). Miro mi pubis y mis piernas, aún fuertes para sostenerme. Miro y miro hasta llegar a mis pies… No puedo evitar llevar una mano al espejo, quizás intentado traspasarlo.
¿Por qué no me quieres? ¿Por qué no soy capaz de quererme yo?
Retiro la mano de la frialdad del cristal del espejo y una lágrima solitaria surca mi mejilla para colarse salada en mis labios. Llevo mi mano a mi boca, noto su calor y la suavidad de mis labios, pienso en todas las cosas buenas que tengo: mi inteligencia, mi humor ácido, mi bondad y pienso en la atracción sensual, casi animal, que siempre he despertado a mi alrededor…
Mientras pienso y pienso, mi tacto va cobrando fuerza y voy sintiendo como me hago valer por dentro y por fuera. Me miro y cada vez me siento más poderosa, más sexy y… decido amarme a mi misma (aunque tú no puedas y no sepas amarme).
Sigo mirándome en el espejo y decido buscarme. Pruebo a acariciar mi propia piel, que se estremece y reacciona al tacto de mis manos. Entreabro mi boca y meto mis dedos en ella notando mi sabor (me gusta). Utilizo esos mismos dedos, ya húmedos para acariciar mis pechos, jugueteo con mis pezones duros, pellizcándolos suavemente, notando como la electricidad surca mi espina dorsal hasta mi sexo. De repente me siento viva, excitada, me reconozco. Me encanta, me encanto.
No entiendo como el mierda de Oliver pudo desaprovechar este pedazo de mujer que soy.
Conmigo misma
Me siento en el borde de la cama y comienzo a acariciar mi sexo sin dejar de mirarme en el espejo, veo como se humedece, cómo se inflama de excitación a medida que los movimientos de mis dedos sobre el clítoris se hacen más rápidos. Pequeños jadeos escapan de mi garganta, me excita aún más escucharme, pensar que estoy sola, libre. Con la otra mano agarró uno de mis pezones e imagino cómo un ser inexistente lo succiona y uno el placer de mis tetas al que siento en mi coño. Dios mío! No puedo soportarlo más, de repente echo mi cabeza hacia atrás e imagino mil imágenes y dejo que el orgasmo, el placer me invada, me deshaga, me sirva de catarsis de ti, Oliver, de mi misma. Y por fin me vacío de todo lo malo y… me siento… mejor.
Me levanto y frente al espejo me juro a mi misma que este es el inicio para volver a amarme, que es el principio de la búsqueda de mi misma, beso mi imagen en los labios y me digo ¡Buenas noches amor!