Hagamos un Pacto, Tú y Yo
20 de diciembre de 2019Gracias de fin de año (2019)
30 de diciembre de 2019Sacó el látigo. Uno de esos de cuero negros, de los que cuelgan unas tiras finas de cuero y donde la parte flexible va dibujando rombos a base de entrelazar el material hasta darle la forma adecuada. ¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!
Empezó nada más abrir los ojos. Y bastantes horas después, cerca de tener que volverlos a cerrar, necesitaba sentarse, escucharse y perdonarse.
Todos cometemos errores.
Había estado flagelándose desde primera hora, dándole vueltas y más vueltas a lo que había ocurrido, y sintiéndose culpable, mal, enfadada consigo misma. Era una sensación que conocía de sobra y cuando esta sobrevenía no lo pensaba dos veces y automáticamente sacaba el látigo, uno de esos de cuero negro. ¡Zas!, en el camino de regreso a casa. ¡Zas!, a 130 kilómetros por hora. ¡Zas!, al remover la pasta que se estaba cociendo. ¡Zas!, al sentarse por fin a comer. ¡Zas!, al tratar de descansar un rato. ¡Zas!, ¡Zas!, ¡Zas!, mientras se enjabonaba el cuerpo bajo el agua caliente de la ducha.
En realidad, sabía que no era tan grave, pero sentía que se había traicionado a sí misma y que además se había fallado. Ella que llevaba una temporada sintiéndose mucho mejor consigo misma, explorando nuevos caminos, aprendiendo muchas cosas nuevas; ella que había procurado evitar situaciones que la pusieran al borde de ese precipicio que tan poco le gustaba... No lo había conseguido, la vida le había vuelto a poner una prueba y ella había vuelto a fallarse. ¡Zas!
Todos cometemos errores.
Había estado flagelándose desde primera hora, dándole vueltas y machacándose. Pero si bien se sentía de aquella manera, también sabía que ahora llegaba el momento de perdonarse. Y ese perdón llevaba consigo la firme intención de no darle más vueltas al asunto y dejar que se fuese, no convertirlo en algo importante, porque en realidad, no lo era.
Y sabía perdonarse, estaba aprendiendo a hacerlo y volvería a hacerlo tantas veces como fuese necesario y esperaba ser capaz de hacerlo cada vez un poco antes, para evitar heridas mayores sobre su piel al recibir los golpes de aquel látigo, aquel de cuero negro.