Caricias sensuales de jabón
5 de abril de 2019Hay que hacer Hueco
19 de septiembre de 2019Siempre se había considerado una tía inteligente. Tampoco algo fuera de lo normal, ni mucho menos, pero vaya, que tonta no era. Auuuuuunque a veces lo parecía. Y con el tiempo empezó a preguntarse por qué a veces hacía las cosas que hacía sabiendo, a ciencia cierta, que no debía hacerlas. Y descubrió el por qué. Ahhhh, la causante de todos sus males se llamaba Pancha.
Pancha era una de sus neuronas, casi se podría decir que su favorita. No sé por qué, porque era la que más guerra le daba. Ella decía que era como cuando tienes un niño más travieso que, aunque te vuelve loca... tiene un no sé que qué se yo... Pues con Pancha, a ella le pasaba igual. Pudo intentar matarla, pero creía que no se moriría. Y, además, le parecía mal hacerlo, estaba ahí, era una más... aunque siempre fuese a su aire. Al final, gracias a ella había vivido momentos muy buenos y, bueno sí, momentos muy jodidos también.
El problema con Pancha fue que era la voz de la discordia y siempre terminaba liando alguna. Pancha era grandota, conducía un todo terreno de esos de las ruedas gigantes y era un poco... bravucona, un poco malota. A las demás debía tenerlas amenazadas o algo porque cuando ella hablaba no se oía a nadie más. Y le generaba cada lío... Era ansiosa, insistente o persistente (como quiera decirse), cabezota, inmediata o impaciente (como se prefiera). A veces, ella y el resto de las neuronas hablaban con Pancha, le explicaban cómo eran las cosas, de forma muy objetiva, y de primeras... parecía que se quedaba convencida, pero al rato... ya la estaba liando.
Matilde era la capataz del resto de las neuronas. Muy objetivas, tenían paciencia, examinaban las cosas con sus pros y sus contras, eran incluso un poco frías. Era como si vieran las cosas que le pasaban, pero como que no le pasaban a ella, si no a otra persona ajena, o eso, o que les importaba tres pelotas, claro.
Ante un problema Matilde y sus secuaces pensaban, planificaban, estudiaban, meditaban y tomaban las resoluciones pertinentes. Y suelen acertar, más o menos. Pancha llegaba con su buga y arrasaba.
Esto, en temas de amoríos y otros sucesos macabros, solía consistir en que ante un personaje masculino que a mi amiga le atraía, gustaba o tal, llegaban las chicas de Matilde e iban desgranando las acciones. Algo que, básicamente, consistía en ver si el personaje en cuestión mentía mucho o mentía menos o si compensaba lo positivo frente a lo negativo. Iban atando cabos si algo no cuadraba, hacían de detectives (y eran bastante buenas) e iban emitiendo veredictos que mi amiga comenzaba a acatar. Veredicto 1: sal corriendo, huye y no mires atrás, venga, venga que luego es tarde. Esto se traducía en: deja de mandarle whatsapp, deja de mirar las conexiones, deja de pensar en si quedas o no quedas, haz tu puta vida sin pensar en él. Y ella, obediente, hacía caso. En el mejor de los casos, Pancha que estaría a su aire, lo mismo andaba comiendo o echándose la siesta y no se enteraba. Pero de repente, a las horas, a los minutos incluso, comenzaba a observar el ambiente neuronal. Sentía un silencio extraño. Ese silencio que se queda ahí arriba cuando has comenzado a hacer lo que debías. Esa tranquilidad. Entonces se sentaba en su todo terreno a esperar. Y solía ocurrir siempre algo. Ese algo era que el personaje masculino, ante cierto cambio en la conducta de mi amiga, decidía hacer algo, decir algo o prestarle un poco más de atención. Un paso de ella para atrás, un paso de él para delante. Y entonces, ella, Pancha, que estaba ahí súper atenta a los acontecimientos, arrancaba su coche y salía a toda velocidad gritando a los cuatro vientos y en cada espacio de esa masa de seso: MIRA, MIRA, MIRA, ¿VES?, ¿VES? Y SI, Y SI, Y SI, Y SI, VENGA OTRA OPORTUNIDAD TONTAAAAA, QUÉ TE CUESTA, MAÑANA LE MANDAS ATXC, PARA ESO SIEMPRE HAY TIEMPOOO. El eco de su profunda voz reverberaba por todas partes de su cerebro y al final, caía rendida a sus pies. Las demás no hablaban, no había ni un leve murmullo. Y ella, cansada de esa lucha que se traían, y creyéndola, porque en el fondo le gustaba más su versión, acataba las órdenes de Pancha y terminaba mandando el puto whatsapp que llevaba media hora diciendo que no iba a mandar, o decía eso que llevaba todo el día pensando en que no debía decir. Y esto en el mejor de los casos. Ainssss mi amiga y sus neuronas. Hace poco decidió tomar medidas extraordinarias. Aquello no podía seguir de la misma manera. Pancha era estupenda para cometer ciertas locuras, para hacer cosas que de otra manera no haría, pero llevaba una larga racha de ostia en ostia y tiro porque me toca. Y decidió poner fin a aquella situación. Organizó una reunión con Matilde y las otras en un momento en el que Pancha debía estar durmiendo. Unas pincharon las ruedas del todo terreno, otras rodearon sus dendritas, el axon, el cuerpo celular, las vainas de mielina, vamos a toda Pancha con cinta americana para que no pudiera moverse ni un milímetro e incluida su boca, para que no pudiera decir nada más. Y a esperar. Y bueno, muerta no está, porque según mi amiga la siente moverse cada vez que algo no le gusta. Es fuerte y robusta y a saber si no terminará rompiendo esa cinta, comprada en una buena ferretería neuronal, no en los chinos, pero... Quizá ahora, las ostias sean menores. Quizá ahora, mi amiga deje de vivir cosas que Pancha hacía posibles, pero quizá pueda vivir más tranquila y relajada sin oír y seguir sus insensateces. Pero solo eso, quizá.