Abrázame fuerte
11 de diciembre de 2022Háblame
23 de noviembre de 2023Masturbarse mirando aquel cuadro valorado en casi 3000 euros era, incluso para ella, una auténtica locura. Pero no podía evitarlo. Verla ahí tumbada, con sus preciosos pechos al descubierto, su sostén por debajo de ellos y levantándose las braguitas para asomarse a su propio sexo… Esa figura y su rostro, su pelo… ¡si hasta la forma que le había dado la artista a las sábanas y la almohada, sobre las que descansaba aquella mujer, le ponían cachonda!
—Necesito ir al baño, Mayte.
—Claro, para no variar. Cada vez que vienes… Nada, nada, sírvase usted, doña meona.
Clara se marcha, con un agradecimiento en su rostro, escaleras arriba. Sube los peldaños de tres en tres y, por el camino, aprovecha para irse desabrochando el botón del pantalón vaquero y bajarse la cremallera. Cierra tras de sí la puerta, se queda apoyada en ella. Estira el brazo y abre el grifo. Introduce su mano por su braguita y cierra los ojos. Le encantaría poder hacer eso mismo en el sillón del salón de su amiga, mirando de frente a la mujer del cuadro, pero algo le dice que a Mayte no le parecería tan buena idea. Mientras su mano se desplaza por el interior de su lencería, piensa en las mejillas sonrosadas de ella, en el vello púbico que se intuye bajo esas braguitas blancas de encaje, francamente bien detalladas. Se imagina lamiendo esos pequeños pezones, que la artista ha querido mostrar duros y erectos. Se ve acariciando con sus manos los dos pechos, esos que se le antojan de un tamaño perfecto, ni blandos ni duros. Acercaría su dedo índice a los labios de ella, los acariciaría y, después, lo introduciría en su boca, esa que en el retrato aparece ligeramente abierta, lo justo y necesario para que sea apetecible. Quisiera poder besarla, saborear su saliva y juguetear con su lengua.
Siente la humedad de su propio sexo en sus dedos, su mano se mueve cada vez con más velocidad, imaginando que, sus labios y su clítoris representan los de ella. A cada movimiento de su mano, la chica de la cama, echaría su cabeza hacia atrás, dejando que su melena se enredase, mientras ligeros jadeos y suaves gemidos van surgiendo de su garganta. El tiempo apremia, no quiere que Mayte suba a buscarla. Se introduce un par de dedos en su vagina, simulando cómo la penetraría a ella y, con solo pensar en el placer que sería capaz de proporcionarle, termina teniendo el orgasmo que ha deseado desde que ha entrado con su amiga en el salón y ha vuelto a encontrarse con esa obra de arte.
Se lava las manos y regresa con Mayte, que la espera con sendas infusiones de frutos del bosque y un par de rosquillas que ha preparado su madre.
—¿De quién es? —pregunta señalando el cuadro.
—Pues… creo que de una pintora rusa, una tal Mara Kondiski. Mi padre es “adicto” a su obra. Me parece que también es diseñadora, pero no me hagas mucho caso. ¿Te gusta?
—Pss, no está mal. No sé si yo lo pondría en mi salón, la verdad —«en realidad me lo metería dentro de la cama o como muy lejos en la pared de enfrente, me deleitaría cada noche mirándola, me acercaría a ella y observaría cada pequeño detalle. Cosa que no puedo hacer aquí porque parecería un bicho raro».
—Sí, yo creo que tampoco, en fin. Mi padre y sus cosas.
*
—¡Hey! ¿Qué tal? No me has dicho que vendrías.
—Bueno, es que pasaba por aquí y pensé en saludarte.
—Ah, genial. Pasa, te invito a merendar si quieres.
—No, no te preocupes. No hace falta.
Mayte invita a Clara a pasar al salón. Son compañeras de clase desde hace varios años y, sin embargo, ha sido a raíz de un trabajo, que tuvieron que hacer juntas en el último trimestre, que han comenzado a tejer una bonita amistad. Para ser honesta, Mayte debe reconocer que se siente bastante atraída por Clara. Físicamente siempre le ha gustado, pero pensaba que era una tía rara, demasiado antisocial y borde como para molestarse en conocerla. Ahora que tenían más relación… esa atracción se había convertido en algo más. Además, estaba contenta, a su nueva amiga le gustaba pasar tiempo con ella en casa y eso le hacía bastante feliz. No tenía claro si algún día se atrevería a dar el paso y decirle que le gustaba, pero, de momento, se conformaba con su simpática compañía.
Clara entra en el salón y se va derecha a la pared del fondo, en donde está el cuadro de una mujer casi desnuda del que estuvieron hablando la última vez.
—¿Sabes? Me podía la curiosidad y he buscado información sobre la artista de este cuadro. Parece que vive en España.
—Ah, sí, me lo dijo mi padre. De hecho él compró el cuadro en una galería de aquí. Pensé que no te gustaba.
—Bueno, no está mal. Solo te dije que yo no lo pondría en el salón, presidiendo, ja, ja, ja. Pero está bien, es muy realista. Me metí en su Instagram y estuve fisgoneando su obra. Realiza retratos eróticos y son bastante buenos.
—Pues no tenía ni idea. Voy a preparar unas infusiones, ¿vale? —Clara asiente.
Mientras Mayte se marcha a la cocina, Clara observa detenidamente el cuadro. Le gustaría alargar su mano y rozar esa piel de óleo. Se imagina el placer que ella experimentaría si pudiera recorrer cada trazo con su dedo, imaginando ser la punta de un pincel que se desliza por el cuerpo de la mujer retratada. Desde su última visita, ha tratado de localizar a la artista, quiere saber si esa mujer del cuadro existe de verdad o es mera ficción. Encontró su perfil en Linkedin, pero no había nada y, después, su cuenta de Instagram. Ahí encontró otros cuadros de la artista. Le envió un mensaje.
La noche anterior, con su portátil había accedido de nuevo a la cuenta de Instagram. Había capturado cada uno de los cuadros. Quería poder verlos en mayores dimensiones y no solo en aquel cuadradito ridículo que permitía la aplicación. Durante un buen rato, estuvo contemplando la foto del cuadro que tenían los padres de Mayte, pero después se quedó prendada de otra imagen. La de una mujer apoyada en una mesa de madera. Vestía una blusa abullonada por debajo del pecho en color beige y un pantalón extremadamente corto de color verde. En la imagen, la mujer miraba a la artista —aunque Clara imaginaba que esa mirada iba dirigida a ella—, se apoyaba con los codos sobre la mesa y mostraba parte de sus glúteos en la imagen. El mejor detalle, el que más la excitaba, era un pedacito de braguitas, color blanco, que se dejaba ver entre sus nalgas. Colocó el portátil sobre sus piernas y las separó ligeramente. La imagen aparecía en el tamaño completo de la pantalla. Comenzó a acariciar aquellos muslos morenos y a imaginar cómo sería la textura de esa piel, sintió que de verdad palpaba sus glúteos, llegándolos a apretar con sus propias manos. Se imaginaba colocándose detrás de ella y ascendiendo con sus caricias desde esos muslos hacia la cadera, parándose en los cachetes. La mujer, sintiéndose acariciada por las manos de Clara, abriría la boca y echaría la cabeza hacia atrás en señal de placer. Clara seguiría ascendiendo, recorriendo la espalda desnuda de la modelo. Introduciría las manos por debajo de la blusa, directas a toparse con dos pechos escondidos, pero deseosos de ser acariciados. Clara acaricia sus propios pechos, tal y como imagina que lo haría con ella. Solo un roce ligero con la yema de sus dedos, sin apretar, suavemente, acercándose poco a poco a los pezones. La chica del retrato no le quita la vista de encima, mientras ella acaricia su propio cuerpo incapaz de retirar la vista de la mujer de la pantalla. Se desean, eso es lo que expresan sus miradas. Los pezones de Clara se han puesto duros y así presupone que estarían los de la mujer de enfrente. Jugaría con sus dedos y, como el nivel de excitación habría ascendido tanto como sentía ella en ese momento, la mujer le pediría que se los pellizcase suavemente. Ella lo haría, del mismo modo que hace con los suyos, y escucharía de su boca un gemido similar al que sale por la suya propia. Imagina a la mujer de pelo castaño queriendo comerle la boca, excitada, solicitando caricias más obscenas, más intensas. Clara baja su mano hacia su sexo. Del mismo modo que había hecho en casa de Mayte, comienza a masturbarse imaginando que es a esa mujer a quien se lo hace. Visualizando de nuevo la escena de la imagen, le apetecería agacharse y lamer cada centímetro de piel que ve en la pantalla. Trazaría con su lengua un recorrido que terminaría cuando su mano hubiese separado la pequeña prenda verde junto con la ropa interior blanca que lleva debajo y su lengua se impregnaría de toda la humedad que habría generado la excitación en aquella mujer.
—¿Ahí sigues mirando? Hija, por Dios, que tampoco es para tanto. Perdona que haya tardado, es que tuve que bajar a la despensa porque ya no me quedaban sobrecitos en la cocina.
—No, bueno, no tenía nada mejor que hacer. Oye, te agradezco mucho la infusión, pero acabo de caer en que tengo que ir a recoger a mi hermana pequeña y ya se me ha hecho un poco tarde. Me paso en otro momento, ¿te parece?
Mayte, de pie con las dos infusiones que ha preparado, no tiene más remedio que aceptar la repentina marcha de su amiga.
Clara sale por la puerta. Se siente pletórica. Al final, ha logrado alargar su mano y rozar el cuerpo de aquella mujer del cuadro. Esa fina textura del óleo sobre el lienzo la ha hipnotizado y excitado a la vez. En cuanto llegue a casa, sacará su portátil y buscará esa imagen y se acariciará hasta llegar al orgasmo con ella.
En su cuarto, abre el portátil en la cama y entra en Instagram. Sabe que ha recibido un mensaje, pero no ha querido saber si se trata de una respuesta al que envió ella a la autora de aquellas obras de arte. Cruza los dedos y pincha en la flechita de mensajes recibidos. Ahí lo tiene, es ella.
«Estimada Señorita Clara, es un honor que le haya gustado tanto mi obra. Algunas de ellas están disponibles a la venta en la página de mi galería. En cuanto a la pregunta de si se trata de retratos reales, la respuesta es que sí. Son mujeres reales. Mi intención es reivindicar el erotismo de la mujer, pues para mí cada mujer debería poder expresar de una manera sensible e íntima su sensualidad. He estado viendo las fotografías suyas que me dijo y, aunque creo que es usted una mujer muy sensual, también la considero un poco joven para el perfil de mujer que yo elijo».
La respuesta de la artista le cae a Clara como un jarro de agua fría. ¿Por qué no puede ser ella retratada como esas mujeres? No es que ella se sienta especialmente sensual o una mujer muy sexy, pero esa pintora tiene el poder de transmitir ese deseo y ese erotismo a través de su obra y ella quiere ser una de esas mujeres de los cuadros a los que los ojos del público ansíen poseer. Quiere que alguien sienta hacia ella el mismo deseo que ella siente por esas mujeres.
*
—Vaya, Clara, pensé que te habías ido este fin de semana con tus padres a Málaga.
—No, al final no se han ido. ¿Me invitas a merendar? Estaba aburrida en casa y me apetecía verte un rato.
Mayte ve hincharse su ego con la confidencia de su amiga. La hace pasar a la casa. Se imagina dónde va a ir directa. Quizá Clara no sepa lo que ella intuye.
—¿Tanto te gusta?
—¿Cómo dices?
—Sí, boba, no disimules —Mayte se ríe y Clara se sonroja ligeramente mientras deja de mirar alelada el retrato del salón. «¿Es posible que su amiga se haya percatado?» —Ven, acompáñame, te ensañaré algo.
Clara sigue a su amiga escaleras arriba. Cruzan el amplio pasillo hasta llegar a la habitación del final. Una vez allí, Mayte abre la puerta y enciende la luz. Los ojos de su invitada no dan abasto a mirar de un lado a otro. Seis enormes lienzos adornan las paredes de ese extraño cuarto. Clara los mira de hito en hito. Son todos de la misma mujer que hay en el salón. En diferentes posiciones, distintos espacios, pero todos igualmente sensuales y eróticos.
—Bueno, este es un cuarto especial. En realidad siempre está cerrado con llave, pero, esta vez, mis padres se han olvidado de dejarla escondida. Las prisas no son buenas —y comienza a reírse. Anima a su amiga a pasar más allá de la puerta y cierra.
El cuarto tiene una cama de no más de 1.30, una silla y una butaca. Pero todo eso a Clara le da igual. La mujer del salón le da ahora la espalda, completamente desnuda, a excepción de un minúsculo tanga que se intuye por el hilo trasero que cruza sus glúteos. Está en cuclillas, mirando hacia atrás, con la cabeza de lado. Su boca… su boca vuelve a llamar el deseo de besarla y, sin ser consciente de ello, acaricia con su dedo los labios dibujados.
—Te gusta, ¿verdad? —ella se limita a asentir con la cabeza. Siente como su sexo se inflama y nota su palpitar entre las piernas. Recorre con su dedo la silueta de la mujer, deteniéndose en la discreta curvatura que realiza uno de sus pechos. Sigue bajando, acercándose a la cintura y la cadera. En ese momento, siente la mano de Mayte recorriendo su propia cintura y descendiendo de la misma manera por su silueta. Clara, absorta en la pintura, se deja hacer. Su dedo se aproxima a la parte del lienzo en donde las nalgas de la mujer se muestran en primer plano. Imagina el tacto suave y cómo le retiraría ese hilo de su ropa interior. Las manos de Mayte se dirigen hacia el botón de su pantalón. Lo desabrocha y lo deja caer hacia las rodillas. Clara no pestañea, inmersa en su propia fantasía, en esa que la haría apretar esos glúteos, acariciarlos. Imagina cómo pasearía su mano desde la parte de atrás hacia delante, acariciando ese vello púbico que sabe que tiene, abriéndose paso hacia su sexo. Y Mayte, como si tuviese el poder de leerle la mente, realiza un movimiento similar. Clara emite, esta vez, un ligero gemido al sentir la mano de su amiga rozando su pubis.
Mayte disfruta de su hazaña, se congratula de haber tenido el valor de hacerlo, se había arriesgado y había triunfado.
El movimiento de vaivén de su mano se acelera y la respiración de Clara con él. Mayte siente sus propias braguitas mojadas. Aunque le excita la escena, le gustaría que Clara dejase de mirar el cuadro y le prestase atención a ella. Lo hará, está segura. Está jugando y ella va a continuar con su juego. Mientras la sigue acariciando con una mano, con la otra se abre paso hacia los pechos de su amiga. No puede desabrochar el sujetador con la mano izquierda, así que opta por introducir su mano. Aprieta el pecho de Clara, no muy grande, pero duro y sugerente. Quiere voltear a su amiga, tener acceso completo a ese pecho para poder lamerlo con su lengua y acariciarlo. También para poder penetrarla con sus dedos. En esa postura no alcanza cómodamente. Pero Clara sigue recorriendo ensimismada la entrepierna de la modelo del cuadro. Su boca se abre para soltar pequeños jadeos que se intensifican cuando Mayte acelera el movimiento de su mano y de sus dedos dentro de su braguita.
Decidida, Mayte abandona las dos zonas erógenas de su amiga. Esta cierra la boca de manera automática, pero su mano sigue acariciando el cuerpo de la mujer del cuadro. Mayte empieza a extrañarse y a impacientarse. Apoyando sus manos en los brazos de Clara, trata de hacerla girar. Clara se resiste, Mayte insiste. Se acerca a su oído para susurrarle: «Vente conmigo, yo soy de carne y hueso, eso solo es un lienzo. Sigamos jugando ahí. Vente». Y en el último tirón, Clara por fin se gira. La mira fijamente a los ojos. Mayte la sonríe, gesticula con la cabeza mostrándole la localización de la cama. Entonces, Clara rechaza las manos de su amiga con un fuerte empujón.
—¿Qué coño estás haciendo, Mayte? —inquiere con tono molesto.
—¿Cómo dices? —no da crédito a la situación. Quiere imaginar que su invitada está jugando. Trata de volverse a acercar, despacio, a tocar sus brazos con sus manos, pero Clara retrocede.
—¡No, joder! No quiero que me toques —se agacha para subirse el pantalón que había quedado a la altura de sus rodillas.
—¿Me estás vacilando o qué?
—¿Vacilarte? ¿Quién te ha dado permiso para que me toques?
—¡Pero tía! Si llevo un buen rato sobándote el coño. ¿Qué me estás contando? Si hasta has jadeado y todo.
—Pero no jadeaba por ti, jadeaba por ella.
—¿Tú estás chiflada o qué? ¿Pensabas que ella estaba tocándote? ¿Me lo dices en serio? A ti se te va la olla.
—¡A ti sí que se te va la olla!
—Llevas masturbándote en mi baño cada vez que vienes a casa. ¿Crees que no me he dado cuenta? ¿Me vas a decir que no te excito?
—¡Imbécil! Pero no es por ti, es por ella —informa Clara señalando con el dedo hacia la mujer del retrato.
—¿Te masturbas pensando en una pintura? ¿En serio?
—Sí, joder. ¿Qué problema tienes? Yo me masturbo con lo que me da la real gana y no creo que tenga que darte a ti explicaciones de mi vida sexual.
—Sí cuando lo haces en mi casa, en mi baño… ¡joder! Yo pensaba… —las palabras se le empiezan a atragantar a Mayte en la garganta. Un nudo se ha formado en ella, uno de esos que augura lágrimas y más lágrimas. Trata de esforzarse en contenerlas.
—Vete a la mierda, engreída. Yo pensando que eras mi amiga y tú aprovechándote de mí. Flipo.
Los ojos lacrimosos de Mayte se abren de par en par al escuchar aquella sentencia. Haciendo un gran esfuerzo consigue mantener las lágrimas a raya y preguntarle a Clara:
—Entonces ¿no vienes a verme a mí cuando vienes a casa? ¿Vienes a ver ese puto cuadro?
—Sí, eso es. Ahora parece que lo has pillado.
Mayte recibe el comentario de Clara como una auténtica puñalada. Agacha la mirada y se limita a levantar la mano y marcar la dirección de salida del cuarto con la intención de que Clara se marche de una vez y no vuelva nunca más. No entiende absolutamente nada.
En el descansillo, Mayte insiste en la misma pregunta.
—¿Quieres que te lo diga más claro? —replica Clara—. Es a ella a la que vengo a ver, a la que me gusta mirar, la que me excita, la que hace que me corra pensando en su cuerpo, en tocarla y acariciarla. Es ella, no tú. ¿Lo has entendido ahora?
Clara se dirige a la puerta de salida, Mayte tarda unos segundos más. Justo cuando la primera está a punto de abrir la puerta del patio, un golpe en la cabeza la hace caer de bruces.
—Toma, ahora ya te has tirado a tu puto cuadro.
2 Comments
Muy bueno, muy bien descrito. Me ha encendido, y eso, sin entrar en detalles de mi vida privada, he de decir que es mucho. Sigue escribiendo.
Muchas gracias, me alegra que te haya «encendido»… jjjjjj