El Atrecista
13 de enero de 2021Te voy a contar un Cuento
6 de abril de 2021—¿Me lo estás diciendo en serio?
El otro afirma levemente, cubriéndose la cara con las palmas de sus manos mientras mantiene los codos apoyados en la barra del bar.
—Es que, sinceramente, no lo entiendo. Me cuesta trabajo entenderlo Eduardo, no te voy a engañar. Que ya somos talluditos, hombre.
—Lo sé, si lo sé. ¿Qué quieres que te diga? A ver, ¡joder!, no ha sido algo planificado.
—Ya imagino... o quiero imaginar. Pero tú sabes que podías haberlo evitado.
—No es tan fácil Carlos, no es tan fácil. Desde fuera se ven las cosas mucho más sencillas que desde dentro.
—Tienes razón, pues a ver... no sé... cuéntame, quizá así pueda entenderte, aunque lo dudo mucho —le dice a la vez que apoya su mano en el hombro de Eduardo para darle el empujón y el ánimo que necesita.
Eduardo le mira, levanta la cara y bebe un trago de una Alhambra que aún está fría antes de iniciar su relato frente a la mirada atónita de su compañero de barra.
La tarea del fin de semana
«Era un trabajo que sabía que les iba a gustar y además contaba para nota.
—Tenéis que escribir un cuento, un relato. Temática libre. Debe ser inédito, no se os ocurra copiarlo o bajarlo de internet. Cinco páginas en Times New Roman 12, interlineado 1,5 y alineación justificada. En la primera página, vuestros datos y el título y después las otras cinco, no me vayáis a poner cuatro, que nos conocemos. ¿Está claro?
»Por supuesto, a la explicación siguió una marea de preguntas, algunas de ellas, de interés bastante cuestionables Tenían que entregarlo después del fin de semana. Y la mayoría lo hizo, salvo algunos con excusas de que me lo entregaría a última hora porque les faltaba imprimirlo y... bueno, ya sabes cómo son. Tenía tarea para leer todo aquel volumen de páginas. Imagínate, cinco hojas por treinta alumnos.
»Me apliqué cada rato libre que tuve para que tuvieran sus correcciones antes del siguiente fin de semana. Había noches que terminaba a las tantas. Y llegó aquel jueves en el que apenas me quedaban dos o tres alumnos a los que corregirles los textos. Allí estaba, uno más. Presentación correcta, adecuada, siguiendo las pautas. "Veamos que inspirada ha estado Miriam, que últimamente parece estar en las nubes"».
El relato erótico de Miriam
—Cinco páginas Carlos, cinco páginas de caricias, besos, sexo, por delante, por detrás, con la lengua... Cinco páginas escritas por aquella chica de mente despistada que se sienta en la última fila. Me dejó atónico y, lo que es peor, empalmado de narices. Vamos, que no sabes lo que me costó seguir corrigiendo.
—Joder, pero si es una niña- responde Carlos flipando.
—Sí, una niña con una mente excesivamente sexualizada, con ideas libertinas, con un lenguaje total y absolutamente erótico.
—La suspenderías, ¿no?
—¿Suspenderla? ¿por qué? Estaba perfectamente redactado: sencillo, claro, bien estructurado, sin faltas de ortografía... ¿Cómo la iba a suspender? Si la idea de una temática libre fue mía...
—Sí, eso sí.
«Me fui a la cama cuando terminé los que me quedaban. Pero no podía, ni había podido, quitarme de la cabeza el dichoso relato erótico —o más bien pornográfico— que me había presentado Miriam. Lo peor de todo era... era la historia. La historia, más allá de la sexualidad, se apoderó de mi cabeza y, cuando desperté por la mañana, fue la primera en darme los buenos días, acompañada de una erección como hacía tiempo no tenía».
Carlos se ríe un poco.
—Te tocó tarea mañanera como cuando eras adolescente, no me digas más —El otro afirma con la cabeza. —Pero, ¿cuál era la historia que te perturbaba o empalmaba?
—Su relato era una especie de confesión de una adolescente enamorada de su profesor de lengua y literatura al que describe... ¡joder!, pues muy similar a como soy yo. Incluso, hay partes de conversaciones que hemos tenido ella y yo en alguna tutoría... Se imagina una historia sexual con su profesor, que no llega a ocurrir, y la describe con todo lujo de detalles...
—Y tú y tu amiga... —dice señalando con la mirada a la entrepierna de Eduardo, —os pusisteis la mar de contentos.
—Pues al principio no tanto, era más bien una sensación rara.
Buen trabajo, Miriam
«El viernes ya tenía todos los relatos corregidos. Los repartí a cada uno, mesa por mesa, haciéndoles algún comentario al respecto, pero cuando llegué a su pupitre... cuando la tenía delante... de repente, no podía mirarla a los ojos. Le dejé el texto encima de su mesa y volví a la pizarra. Mientras continuaba con el tema de literatura que tocaba, no podía sentir la mirada de Miriam sobre mí, una mirada pícara, erótica, sexual... Por alguna razón, ya no podía verla como una alumna más. No podía parar de imaginar sus pechos jóvenes y tersos entre mis manos, su lengua jugando con la mía, mis besos recorriendo su cuerpo... La observé al salir de clase y me resultaba sexy, atractiva, sensual. No la veía como una niña, ni como una alumna... ¡No sabía qué mierda me estaba pasando!»
—Que te había puesto cachondo la niña. Y tú... entraste al trapo. Sigue, sigue.
El tic tac del reloj
«A la semana siguiente, decidí hablar con ella. Me había pasado el fin de semana releyendo la copia que hice de su texto. Masturbándome, pensando en ella acostada a mi lado, jugando conmigo, haciendo realidad sus fantasías o las de aquellos personajes que tan nítidamente había creado y en los que yo nos veía de protagonistas. Me acerqué a su pupitre y le dije que, por favor, se quedase al terminar la clase, que tenía que comentarle algunas cosas. No pareció que lo sintiese como raro.
»Creo que pasé toda la clase mirando el reloj de la pared, sintiendo como se me aceleraba el corazón con cada minuto recorrido por las manecillas. El pulso me temblaba cuando dieron las once y media de la mañana y el timbre de fin de clase sonó. Sentía la boca del estómago palpitar a causa de los nervios y me sudaban las manos.
»Me senté en mi silla, tras mi escritorio me sentía algo más seguro. Y esperé como todos los días a que los alumnos salieran de clase. Ella esperaba a que nos quedásemos a solas y, cuando salió el último, cerró la puerta y se dirigió a mí. "Buen trabajo Miriam", le dije mientras tomaba asiento y veía sorprendida una copia de su relato erótico en mi mano».
Cara a cara
—No quiero imaginarme tu situación, la verdad. Perdona que me ría, pero es que... te veo allí sentado, con la polla dura y la niña delante... Continúa, continúa.
«—¿Te ha gustado, profe? —me preguntó señalando el escrito.
—Esto... eh, sí, sí. El texto está muy bien redactado y la historia bien desarrollada y....
»Durante cinco o diez minutos le expliqué cómo había visto el texto: sintaxis, ortografía, todas esas cosas. Quería mirarla a la cara, pero me costaba mantener sus ojos clavados en los míos. ¿Eran los mismos de siempre? ¿Me miraba de la misma manera? o ¿había algo diferente allí? Hasta su manera de vestir, nada del otro mundo, me parecía la más sexy del mundo: unos pantalones vaqueros que remarcaban aquel culo que yo imaginaba suave, duro, entre mis manos; una camiseta blanca de manga corta con la frase de "Tú sí que vales" impresa, que se ajustaba perfectamente a su silueta y marcaba el contorno de sus pechos. Mientras discurría entre expresiones verbales y principios, nudos y desenlaces, no podía parar de imaginarme desnudándola allí mismo, arrancándole la ropa, metiendo mis manos bajo aquella camiseta, ofreciéndole mi polla dura... Mis manos sudaban profusamente y tuve que secarlas en mi pantalón».
—Joder contigo, Eduardo, me estoy poniendo yo cachondo de escucharte -dice mientras vuelve a reírse y da un trago a la cerveza.
¿Te ha gustado mi historia?
«—Profe, ¿estás bien? Te noto... ¿nervioso? —me dijo mirándome expectante. ¿Estaba jugando conmigo? Yo era el adulto allí, ella una niñata descarada que... ¡Dios! ¡cómo me ponía!
—Bueno, Miriam. Reconocerás que la temática de tu relato... no es la más apropiada para una chica de... ¿16, 17 años? Es un poco incómodo, la verdad.
—En una semana 18 profe, repetí al entrar —gesticulaba mientras hablaba y ponía cara de no haber roto un plato en su vida. A mí me resuenó la palabra 18, como si me quitase un peso de encima. ¡Qué gilipollez! ¿En qué estaba pensando? —Entonces, ¿no te ha gustado?
—Sí, ya te he dicho que... - comencé a decirle. Entonces ella se levantó y puso un dedo en mi boca, cortando la frase que iba a decir.
—No te he preguntado eso, eso ya me lo has dicho. Bla, bla, bla. Te pregunto si te ha gustado la historia—. Mantuvo su dedo en mi boca y presionó ligeramente mi labio inferior. Sin darme cuenta separé un poco los labios y ella movió de nuevo su dedo, como queriendo hacerle sitio dentro de mi cavidad bucal. Accedí, no sé por qué, pero lo hice. Abrí la boca y su dedo se introdujo dentro. La cerré ligeramente y dejé que mi lengua hiciese lo que quisiera, que no era otra cosa que ponerse a jugar con algo nuevo que había encontrado cerca de ella. —No me contestas, profe. ¿Te ha gustado nuestra historia?
»Asentí con la cabeza, no quería perder su dedo.»
Descarrilar
«Me quitó las gafas y sustituyó su índice por su lengua, acercando sus labios a los míos. Sentí la calidez de ese beso intenso y erótico que me ha venido a buscar. Con sus manos levantó las mías y las apoyó sobre sus caderas estrechas, caderas de alguien que apenas hace unos años que es una mujer. Mi mente descarriló y mis manos también, se salieron de la vía trazada a lo largo de los años. Aquel posesivo que había pronunciado sensualmente, dejando que cada letra penetrase en mi cabeza y que generaba un eco al unirse: n-u-e-s-t-r-a historia. Nuestra, de ella y mía y ¿por qué no?, ¿por qué no seguir hacia arriba, por esa nueva carretera?
»Y allí estaba yo, dejando a mis manos que apretasen ese culo tal y como lo había visualizado durante la clase. Ella se agachó, me besó y mis manos se desplazaron ávidas y diestras hacia sus pechos, esos que escondía tras un bonito sujetador rosa que no tardé en desabrochar.»
Los ojos de Carlos están abiertos de par en par. Sostiene en su mano la cerveza y tiene que apretar, más de lo normal, el cuello del botellín para que no se le caiga.
—¿En serio?, ¿en clase? ¿Tú estás mal de la cabeza? ¡La hostia que te han dado! Cuando me lo contaste, no dijiste que había sido en clase...
—No me siento orgulloso Carlos. No sé qué mierda me pasó en la cabeza, no lo sé y no puedo vivir con ello. Ya no podía mantener este secreto por más tiempo. Y tampoco tengo a quién contárselo que no seas tú.
—Ya, ya, si… a ver... tú cuéntamelo... que sepas que voy a tener esta noche un momento erótico con tu historia. ¡Cabrón, si estoy hasta empalmado! —Carlos se ríe y le pide que continúe.
No tenemos tiempo que perder
—Pues eso, en resumidas cuentas, nos enrollamos en clase. Ya está, ya lo sabes.
—¡Y una mierda!—vocifera el oyente que ha pedido otra cerveza y algo para picar. —Ahora me lo cuentas todo, quiero saberlo todo, con pelos y señales. —Los dos se ríen ahora que, Eduardo, ha sido capaz de confesar su pecado.
«Eran como los imaginaba. Pero el sujetador no me dejaba sentirlos como quería, lo desabroché y ella no pestañeó, no solo no lo hizo, sino que se sentó sobre mí con sus piernas separadas, a horcajadas, acercando su entrepierna a la mía que sentía que estaba a punto de explotar. Obtuve mi recompensa tras pelearme con el sostén, le subí la camiseta y las vi con un tamaño perfecto, suaves, duras, con aquellos pezones que me pedían a gritos que los tocase y los lamiese. Pero me acobardaba. Y como si me hubiera leído la mente, cogió uno de sus pechos y lo arribó hacia mi boca, empujando, a la vez, mi cabeza hacia él.
—Muérdeme —me pidió. Y lo hice y un gemido suave salió de su boca. Mientras mis dientes presionaban aquel botón mágico, ella comenzó a tocar mi entrepierna por encima del pantalón, pero no tarda en desabrocharmelo y meter su mano dentro. Agarró mi polla e hizo hueco para dejarla salir lo justo y comenzar a menearla. —No tenemos mucho tiempo, profe —me dijo al oído y, acto seguido, se levantó. Me cogió de la mano que había quedado apartada de su otro pecho y tiró de mi. Por un instante pensé en que alguien entrese por la puerta y me viese de aquella guisa, con medio capullo asomando por encima del calzoncillo.
Prohibida la entrada
»Me llevó hasta la puerta y me quedé petrificado, un miedo atroz recorrió, de repente, mi cuerpo y mi pene desapareció, se escondió. Me miró y se rio, debió de sentir el escalofrío recorriéndome. Traté de decirle algo, pero me chistó para que no hablase. Estaba justo delante de la puerta, apoyando sus manos contra ella y mirando hacia atrás, mirándome a mí.
—Hazlo, hazlo ya. Quiero sentirte dentro, profe.
»Tragué saliva. Me había vuelto a empalmar con solo escucharla. Sabía lo que quería, lo había expuesto de forma clara en su relato. Bajé su pantalón topándome con un tanga a juego con el sujetador. Se lo bajé hasta las rodillas. Hice lo mismo con mi ropa y me acerqué por detrás a sus labios. No tardó en sentirme dentro de ella. Una de mis manos se apoyó en la puerta, a fin de ejercer más fuerza ante posibles intrusos que pudiesen terminar antes de la cuenta con aquel momento. Con la otra, la sujeté por la cintura, la cogí de la cadera mientras entraba y salía de su interior. Sentí la presión en mi polla, sentí su juventud apretándola. Sus gemidos me ponían nervioso y súper cachondo, tenía miedo a que alguien pudiera escucharnos, pero, a la vez, me daba muchísimo morbo. Le giré la cabeza hacia un lado y la besé.
»Pasado un rato, me salí de ella. La giré, siguiendo los pasos marcados en su historia, esa que había escrito para mí, para que yo la hiciese realidad. Y lo iba a hacer. La empujé con suavidad contra la puerta y se la volví a meter, esta vez mirándola a los ojos. Como pude, saqué una de sus piernas del pantalón y del tanga, se la recogí con mi brazo, así podía hacer más fuerza contra su cuerpo. Avisé de que estaba a punto. Sabía lo que venía después y necesité concentrarme para no pensarlo y no terminar ya.
»Me empuja y me saca de ella. Me tocaba a mí estar apoyado contra la puerta. Se agachó, de rodillas, mirándome a los ojos mientras su lengua comienzaba a recorrer mi miembro. De abajo a arriba. Sentí el calor de su boca, de su saliva. Se la introdujo en la boca. Era hora de terminar. Estaba a punto de estallar, de correrme allí mismo, pero la retiré, no era mi estilo. Ella me quitó la mano y comenzó a masturbarme, acercándose la punta de mi miembro duro a su rostro. No podía más y eyaculé en donde ella había decidido.
Otro día, más erótico
»—Te toca —le dije mientras se estaba colocando el pantalón y había sacado un klinex de un bolsillo. Se limpió la cara.
—Yo ya terminé, profe, hace un ratito. No me dejaste demostrártelo. El próximo día, me oirás gritar de placer. —Terminamos de colocarnos la ropa justo a tiempo, justo en el momento en el que la sirena del centro avisaba del fin del recreo, del fin del descanso.
Me besó los labios antes de abrir la puerta.
—Otro día más, ¿sí, profe? —me dijo mientras salía por la puerta.»
—¿Ya? Pero, ¿os habéis vuelto a ver? —pregunta Carlos.
—No. Me dejó una nota en mi mesa ayer para vernos hoy después de clase. Me dijo que la recogiese con mi coche al lado de la parada del autobús. —Eduardo lo cuenta mientras menea la cabeza negativamente.
—¿Qué pasa? No vas a ir, ¿verdad?
—No, claro que no. Esto no puede repetirse.
—Pues ya está. Ha pasado una vez, no le des más vueltas. Es una locura y te juegas tu carrera y tu puesto de trabajo.
—Lo sé.
La parada del autobús no es el sitio más discreto que se le ocurre, pero allí casi nadie le conoce. Una minifalda vaquera y unas botas marrones son lo primero que ve de Miriam cuando esta abre la puerta de su coche.