Ahí, justo ahí
22 de mayo de 2022Una obra de arte
14 de marzo de 2023-Abrázate fuerte, agárrame fuerte.
Con cuidadosos movimientos y evitando tocar nada se dirigió con ella hacía la puerta.
Bajó la manilla. Echó un vistazo hacia atrás mientras, de nuevo, las lágrimas corrían por sus mejillas, como lo hacían por las de ella.
Le hubiera gustado tener alguna luz para ver cada peldaño por el que tenía que descender, pero no la había. Un pie inseguro se elevaba y descendía al siguiente escalón, mientras la pierna que quedaba arriba aguantaba todo el peso.
-Agárrate fuerte, no te sueltes.
Una vez que se aseguraba de tener el pie bien posicionado, avanzaba con la otra pierna. Repitió, haciendo un increíble esfuerzo, la misma acción diecisiete veces. Cuando percibió que no había más escaleras, agotado, suspiró.
Apenas era capaz de avanzar con el peso de ella entre los brazos. Apenas sentía fuerza ya. Ella se había abrazado a su cuello, sus lágrimas se habían convertido en un tímido sollozo. Sólo le había pedido una vez que no hiciese ruido y ella había obedecido sin protestar.
Cuatro metros más eran los que quedaban por recorrer.
Ya no había lágrimas en su rostro, solo ese camino seco y salado que habían dejado a su paso. El sudor era el que, en ese momento, se hacía con su frente y sus mejillas. Picaba, pero no podía soltarla para rascarse. Tenía que aguantar.
Otro paso más y estarían fuera.
Con el codo apretó la manivela de la puerta, esta cedió. Con el pie izquierdo hizo de palanca para terminar de abrirla.
La oscuridad era total. El frío inesperado de la noche le refrescó el rostro sudado. El vaho salía de su aliento precipitado, más pausado y tranquilo el de ella.
Avanzó, apretándola contra su cuerpo. Sentía que se iba resbalando, no quería que cayese al suelo. Todavía no podía soltarla, aunque sus brazos le pedían a gritos que lo hiciese. También sus piernas.
Una figura extraña en la calle sorprendió a Íñigo en la ventana de la cocina mientras fumaba, a escondidas, un cigarro.
Tuvo que abrir mucho los ojos, con la intención de enfocar más algo, de por sí, ya enfocado.
La incredulidad, por ser las cuatro de la madrugada, se apoderó de él al comprender de quién se trataba gracias a la tenue luz que despedían las farolas bajo su ventana.
Sin pensarlo, se colocó un albornoz y las zapatillas de estar en casa y salió con toda la velocidad que aquel calzado le permitía. Bajó las escaleras de dos en dos, quizá de tres en tres.
No quería asustarle, asustarlos.
—Chico, espera, chico. ¿Dónde vais?
No se giró, aumentó la velocidad de su desequilibrado paso. Fue ella quién levantó la cabeza del hombro de él y, algo debió de decirle, que frenó en seco. Se volvió hacia Íñigo.
Sus fuerzas cedieron. Los brazos cálidos de aquel hombre soportaron el peso de ella sin que esta llegase a rozar el suelo.
-Agárrate fuerte a mí.
Y se agarró.
Él cayó agotado al suelo. Con la mirada perdida en un punto entre el abandono y la incredulidad.
Las luces de varios coches de policía inundaron de azul las fachadas de los edificios del barrio.
Íñigo nunca olvidará el rostro aterrado y triste de su joven vecino Víctor, que a sus ocho años, había salido de su casa, a oscuras, con su hermana de tres años en brazos, descalzos, sin más abrigo que sus pijamas, tras encontrar el cuerpo de su madre inerte en el suelo del salón de su casa.
No lo olvidará Íñigo, ni quienes entraron en aquella casa, tampoco aquellos que, tras la investigación policial, determinaron que la ex pareja de ella había entrado, en plena noche y mientras sus tres moradores descansaban, a terminar con la vida de aquella mujer que yacía sobre un charco de sangre.
Aquella madrugada, Víctor y la pequeña Nerea, escucharon los gritos de auxilio de su madre. Los escucharon sin poder hacer gran cosa. Escondidos bajo las protectoras sábanas de sus camas.
Cuando el silencio volvió a reinar en la casa, y el olor a sangre comenzó a ser perceptible, salieron de su escondite, juntos, descalzos, agarrándose de las manos, para encontrarse el resto de su vida sin su madre.
Víctor prendió una vela, la acercó al rostro de su madre y sintió cómo los ojos vacíos de vida de ella le imploraron que cuidase de su hermana.