Letras, coincidencias y deseos
20 de julio de 2020La Partida
4 de agosto de 2020Se acabó
Voy a dejar de pensarte. Voy a dejar de esperar a que des la más mínima muestra de interés. ¿Quién te has creído que eres para tratarme así? Como si yo no fuera nada, alguien sin importancia que un día se metió entre tus sábanas, que compartió lo más sagrado que tiene: su vida, su tiempo, su intimidad. Energía perdida, desdeñada por alguien que no lo merece, que no merece ni la más mínima cavilación.
Olvidarte
Apartaré de mí cada frase al oído que me dijiste, cada "me encantas", cada "eres especial". Retiraré de mi mente cada imagen de tu cuerpo sobre el mío, porque no lo mereces. Mereces que te arrincone en ese cajón desastre del cerebro en el que los pensamientos se pierden, se aletargan frustrados por no ser recordados, por no ser extraídos a la consciencia. Quiero que te quedes ahí, que las conexiones sinápticas que realizan mis neuronas no te tengan en cuenta, que mi sistema límbico no sepa ni que existes, ni que pasaste por mi vida; que olvide tu aroma, tu tacto, el tono de tu voz, el sabor de tu piel. OL-VI-DAR-TE.
Au Revoir
Hubiera salido de casa, habría quedado con mis amigas, me habría montado en el coche escuchando el Vuela de Diván Du Don, con el volumen suficientemente alto como para no escuchar el parlotear de mi cerebro. Llegaría al bar de siempre, arreglada, con un bonito vestido que permitiera lucir mis largas piernas y, aun sintiéndome jodida por dentro, demostrarle a todo el mundo que ahí estaba de nuevo, decepcionada, pero ahí, con la cabeza bien alta, clicando en ese sistema límbico de mi cerebro la X de cerrar ventana cada vez que tu imagen saliera en la pantalla de ese portátil que llevo por cabeza. Cerrar ventana, puerta, echar candado, poner un Fac, y hasta una puta cadenilla de esas. Adiós, au revoir, goodbye, la revedere y hasta en chino si hace falta. Vamos, que te pires.
Amigas
Pero no salí. Mi estómago decidió que ese día me quedaba en casa y punto. Me puse un camisón de estos de, precisamente, estar por casa y encendí el televisor. Un rato de búsqueda de alguna película que me llamase la atención o una serie... pero no había nada que me apeteciese. Whatsapp al grupo de amigas:
Por H o por I al final no fui la única que se quedó en casa. Marta me llamó:
—¿Qué haces bonita? - su tono dulce de siempre.
—Pues en concreto nada, aburrida y tirada en el sillón- contesté con voz de psss, coñazo todo.
—¿Quieres que me pase a verte y así nos aburrimos juntas?- me propuso cambiando su tono de dulce a entusiasta.
—Claro, vente si quieres, por mi encantada.
Tratados
Nos sentamos a discurrir un rato. Te recordé, es verdad, para criticarte básicamente, para hablar de lo difícil que es comprenderos a los hombres en general y a algunos en particular; para decirle que ya sabía yo que me iba a dar un leñazo. Ella intercambiaba mis quejas por las suyas, que también había de donde tirar. Transcurrió la tarde y mi dolor de estómago fue pasando. Del helado a una primera cerveza, bien fresquita, que cogimos de mi nevera. Sacamos unos frutos secos y seguimos charlando del sexo, del amor, perdón del sexo. Con la segunda ronda tratamos sobre el trabajo, las amistades. A la tercera metimos a jugar a la familia y hasta hicimos un auténtico tratado sobre relaciones sentimentales. Y, ya en la cuarta, nos decantamos por filosofar un rato sobre eneatipos y algo de psicología holística, echando de menos a mi "gurú". Nos relajamos.
A por la quinta
Preparé una pizza congelada que tomamos acompañada de la quinta, la verdad, que no sabría decir ni de qué era la pizza a esas alturas. Recogimos un poco y nos vinimos más arriba poniéndonos una copita cada una. Aquello se nos estaba yendo de las manos, pero estábamos tan relajadas, disfrutando tanto de nuestra compañía, sin ruidos ajenos, ahuyentando fantasmas que trataban de hacernos daño y dejarnos maltrechas. Nos recostamos en mi sofá, cada una para un lado y, tras habernos terminado la copa, debimos quedarnos dormidas.
Tras el despertar
Nuestros cuerpos, colocados en una postura fetal no tenían ni el más mínimo contacto, pero, en algún momento, la incomodidad hizo mella en mí y sin pensarlo dos veces me di la vuelta y apoyé mi cabeza sobre la curva de su cadera.
—¿Estás dormida?- le pregunté con voz somnolienta al notar que se movía.
—No, ya no, pero sí me he quedado un poco traspuesta, la verdad.
—¿Te molesta mi cabeza aquí?
—No, para nada, tampoco te pesa tanto - y rió ligeramente.
Su mano alcanzó uno de mis brazos y comenzó a acariciarme con la punta de sus largas uñas.
—Qué gustito —comenté y se sonrió.
Caricias. Extrañas sensaciones
Sus cosquillas recorrieron desde mi mano hasta mi hombro. Llevé la mía a una de sus piernas que me pillaba a mano y copié sus movimientos. Repasé con mis uñas su tobillo, ascendiendo por su gemelo hasta su rodilla. Por alguna extraña razón, sentí un calor reconocido, pero que no esperaba sentir. Con su mano libre tomó la mía y la dirigió un poco más arriba de la articulación. Continué sola. Fui ascendiendo por el interior de su muslo, sintiendo su piel en la yema de mis dedos. Mi corazón y la respiración se habían acelerado y sentí vergüenza de que se diese cuenta. Marta dibujaba curvas y líneas en mi brazo y, al alcanzar la curvatura de mi hombro, prosiguió sin cambiar esta vez de dirección. Sentí sus dedos acariciando mi cuello. Sus manos eran suaves, zigzagueaban por mi cuello y comenzaron a descender por la clavícula.
Quiero que sigas
No había demasiada luz en el salón en aquel momento, solo nuestras siluetas eran perceptibles para nosotras a través de ese tacto lento. Acomodó su postura al acechar mi mano la parte alta de su muslo. Sentí su respiración agitarse, como la mía.
—Quiero que sigas —musitó muy bajito y con su tono dulce de siempre.
Y seguí.
Mis uñas comenzaron a dejarse notar un poco más sobre su suave piel. Se me hacía raro su tacto, esa suavidad femenina a la que no estaba acostumbrada. Mis dedos se acercaban al contorno de sus braguitas y retrocedían pudorosas para volver a aproximarse a la línea que podía poner en jaque nuestra relación hasta aquel momento. Mientras mi mano dubitativa se pensaba hasta dónde podía llegar y hasta dónde quería hacerlo, la suya había comenzado a escudriñar mi escote exento de algo más que el ligero camisón de andar por casa que llevaba. Comenzó a recorrer el contorno de mi pecho y no pude evitar que mis pezones se pusieran duros. Sentía vergüenza, a pesar del nivel de alcohol en sangre. Nunca había estado con otra mujer, nunca se me había ocurrido siquiera... y allí estábamos. Confidentes, amigas, ¿amantes?
Amigas... amantes
Frente a mi decorosa mano, la suya valiente y contundente facilitó la tarea. Mientras jugueteaba con mi pezón, su otra mano levantaba ligeramente su propia braguita, facilitándome el acceso. Su mano aprisionó mi pecho, apretándolo con excitación mientras exhalaba un ligero gemido al percibir mi mano rozando sus labios inferiores, recorriéndolos, escudriñando su forma y sintiendo su humedad al deslizarse por su vagina. Mordió mi cuello, con cierta fuerza, excitándome aún más y llevándome a sentir la necesidad de penetrarla en aquel mismo instante. Introduje mi dedo en su vagina, mientras con el pulgar localizaba su clítoris y jugueteaba con él. Lo que a mí me gustaba se lo entregaba a ella. Comía mi cuello, deslicé los tirantes de mi vestido hacia abajo dejando mis pechos al descubierto y lanzándose voraz a lamerlos y morderlos. Apretaba con sus perfectos dientes mi pezón, imprimiendo una sensación mitad dolorosa, mitad placentera.
Contactos
Se quitó la camiseta y soltó su sujetador, mostrándome aquellos pechos que, en otras ocasiones, yo había visto y por los que no había sentido ningún tipo de deseo. Sin embargo, en aquel momento, se me antojaban el mejor de los manjares. Comencé a tocarlos como ella había hecho con los míos. Me empujó, obligando a mi mano a abandonar aquella tarea. Mi vestido se había visto reducido a un trozo de tela arrugado alrededor de mi cintura. Se deshizo de mis bragas y comenzó a ser ella quien me masturbaba a mí. Primero, introdujo un solo dedo en mi interior y tras jugar unos segundos, otro más. Con su otra mano acariciaba mi cuerpo, arañando sin dañar cada centímetro por el que transitaba. Mis manos se centraron en sus pechos y, de tanto en tanto, me incorporaba para saborearlos y sentirlos en contacto con mi lengua.
El placer
Me gustaba aquel sabor, me gustaba su textura, me excitaba sobre manera la dureza de sus pechos y de sus pezones, verla disfrutar mientras me tocaba. Me miró un momento a los ojos y acto seguido se agachó entre mis piernas a lamer toda mi humedad. Su lengua se sabía ágil entre mis labios, y acompañaba sus movimientos con sus dedos en mi interior. Mis jadeos eran constantes, incapaz de frenarlos en mi garganta. Quería darle placer yo también a ella, pero no me dejaba. Ella quería controlar aquella situación, hacerme llegar al clímax con su lengua caliente deslizándose de arriba a abajo. Y llegué. Pocos minutos después, un orgasmo maravilloso se apoderó de mi cuerpo, irradió desde mi interior colapsando mi sistema nervioso y propinándome espasmos placenteros que no quería que terminasen nunca.
Su turno
Se irguió, pasó el dorso de su mano por su boca y se recostó sobre el sillón. Había dado por finalizada su tarea. Pero yo seguía ansiosa por verla disfrutar del mismo modo que había disfrutado yo. Me bajé del sillón y me puse de rodillas en el suelo, entre sus piernas. Se las separé más y tiré hacia mí desde su cadera. Su sexo quedó entre el sillón y el aire y me incliné a lamer aquello que desconocía. Pensé que rechazaría su sabor, pero no fue así y mi lengua se inició en aquel recorrido nuevo y desconocido, repleto de nuevos sabores, nuevas sensaciones. Continuaba excitada, mucho.
Nuevos sabores, nuevos placeres
Tal y como ella había hecho conmigo introduje dos de mis dedos en su interior y palpé su cavidad en busca de su zona de mayor placer mientras que mi lengua jugueteaba en su clítoris. Sentía el placer que le producía a ella, cuyo rostro me lo indicaba sin ningún tipo de duda y los sonidos que salían de su garganta, también. Mientras mi mano y mi lengua se coordinaban como un perfecto engranaje entre sus piernas, ella se procuraba placer tocándose los pechos, algo que me excitaba más todavía y decidí acompañarla en aquel movimiento, uniendo una de mis manos a las suyas. No tardó mucho más en correrse y yo en sentir nuevas sensaciones en las glándulas de mi lengua.
Desnudas y sudorosas, con el corazón aún acelerado nos tumbamos la una junto a la otra y caímos, en pocos minutos, en un dulce y profundo sueño.
Ya recogeríamos aquella amalgama de ropa, latas y copas al día siguiente.
Te cambié por ella
Me olvidé de ti, quedaste relegado al cajón desastre donde terminan todas mis colisiones. Cambié tu olor y tu sabor por el de ella, siempre amigas, ahora amantes y, lo más importante, por su lealtad, por su amistad, por su estar siempre ahí, más allá de orgasmos maravillosos e inesperados y sensaciones desconocidas. A ella la quiero en mi recuerdo, aunque nunca más volviera a repetirse. Recordar aquel instante en el que las dos fuimos una, en el que nos conocimos de manera íntima y le dimos al momento su pureza, su belleza y su razón de ser, que no era otra que el respeto y el amor que nos procesábamos la una a la otra. Sin malentendidos, sin exigencias, sin mentiras, sin encantamientos. Ella y yo y nuestra querencia, tanto servían para tomarnos ese café entre palabras, como para acariciar nuestros sexos. Ahí te quedaste tú, sin mayor importancia, sin reconocimiento. Donde merecías.